Hace algunas décadas se podían encontrar en zonas rurales un nada despreciable catálogo de frutos y productos alimentarios que simplemente 'estaban allí' porque se hallaban en áreas comunes, de fácil acceso, y no disponían de canales definidos de comercialización en los mercados.
A esa costumbre se la conocía con la expresión de 'atar el borrego', un símil que buscaba la comparación con aquellos que disponían de algunas cabezas de ganado ovino o caprino y las 'aparcaban' en campos en los que los animales podían alimentarse de las hierbas o de algunos frutos al alcance de sus ovejas o de sus cabras.
Los tiempos evidentemente han cambiado y en la actualidad muchos de aquellos frutos que se encontraban en las riberas de las acequias, en barrancos o en cauces de los ríos, se pueden encontrar en los lineales de los supermercados o en las pequeñas tiendas de barrio, eso que ahora denominamos comercios de proximidad.
Era costumbre extendida salir a parajes próximos a los pueblos almerienses para hacerse con una provisión de brevas, de higos, de azufaifas, de alcaparras o, en los márgenes de las acequias, de esas exquisitas cerezas que se criaban en muchos puntos de la provincia.
¿Aquello era robar? Pues para muchos de los practicantes de esa costumbre de atar el borrego en realidad no, puesto que no se trataba de cultivos industriales, sino de frutales que se encontraban en zonas no siempre privadas y que aprovechaban el paso del agua o las bondades del terreno para crecer y dar sus frutos. A la hora de buscar esas ricas moras o esas sabrosas azufaifas, no todos se ceñían a esos árboles o arbustos salvajes; en algunos casos se adentraban en cortijos y fincas y eso ya entraba en otra categoría, más próxima al delito que la inocente recolección del resto de los vecinos de los pueblos.
En el cambio actual ha influido tanto la incorporación a los mercados de este tipo de frutos como la paulatina desaparición de las condiciones que hacían posible su existencia. Es el caso de los cerezos, especie en franco retroceso porque con el tiempo han ido desapareciendo las ancestrales acequias que nutrían sus raíces y, heridos de muerte, fueron saliendo de la escena pública, al tiempo que se iniciaban cultivos extensivos de cerezos dado el mantenimiento de la demanda por parte de los ciudadanos.
Verdaderos artículos de lujo de precios elevados
Y así se ha llegado a un punto en que aquellos productos, que entraban en las casas después de una larga caminata por los entornos rurales próximos, se han ido convirtiendo en verdaderos artículos de lujo, más que nada por sus habitualmente elevados precios.
Estos días es fácil encontrar cerezas por encima de los 10 euros el kilo. Más caras aún se cotizan las moras, que se venden envasadas con precios que rondan los 20 euros el kilo, “más caro que el jamón” a decir de algunos de los comerciantes que las ofrecen. Un kilo de dátiles oscila entre los 16 y los 18 euros, las níspolas (o nísperos) salen por seis euros y una mazorca (la panocha de toda la vida) cotiza a euro y medio la unidad, por encima de los nueve euros el kilo.
Evidentemente tales cotizaciones ‘engordan’ con unos envasados muy actuales, en canastillas o cajas de cuidado diseño, porque apenas se venden a granel, salvo en algunos mercados tradicionales. Se trata de porciones listas para consumir, pero cada vez más lejos de aquellas canastas con las que los almerienses de hace unas cuantas décadas salían de paseo para procurar esos alimentos a sus familias. Todo cambia y la duda es si hoy vivimos mejor o, simplemente, nos hemos acomodado a encontrar lo que buscamos en la esquina de casa… pagando un dineral eso sí.
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