Un bar de Almería en el reino de Liliput
Lo abrió Adolfo Valverde en 1972 y lo traspasó a Bernabé Jiménez quien lo encumbró a los altares de la popularidad con solo 21 metros

El Minibar, en los años 70, con Bernabé en la barra y con la cartelera de precios al fondo.
Hay un bar de juguete, que todo el mundo conoce, en la antigua calle de la Vega; hay una cervecería como sacada del reino de Liliput que lleva más de 50 años en la espuma del éxito clientelar; hay una cantina, en esa travesía elegante de Rueda López, que es como una caja de cerillas de 21 metros exactos, sin contar el escusado, con 55 losas cuadradas en el suelo, dos por cada consumidor de su palpitante plancha, donde crepita gloria bendita adobada; hay una botillería en el centro de la ciudad, antes de desembocar en el mar de Javier Sanz, que no engaña a nadie, que hace honor a su nombre, donde todo se hace rápido porque, no es que no haya tiempo -allí el tiempo puede ser eterno ojeando cómo se dora el calamar o cómo salta la almeja- sino que no hay espacio; allí el espacio es el metal del Perú, la moneda de cambio, el patrón oro por el que todo el mundo lucha, en camaradería sí, pero también a brazo partido si es necesario por un montadito más de lomo o por un pincho de gambas que es como un pasaje a la dicha. Quizá sea -el Minibar de todos nosotros- el bar más pequeño de España, al menos el que más cerveza tira por metro cuadrado, como le certificó a su creador hace ya mucho tiempo un viajante de la cadena Cruzcampo.
Este invento, donde todo está a la vista, funciona a pleno rendimiento desde 1972, el año en que lo estrenó Adolfo Valverde Robles, un animoso hostelero almeriense que se juntó con tanta taberna -Cervecería 2000, Maracaibo, el Boquerón y Minibar- que tuvo que soltar alguno. Tres años después, en 1975, se lo traspasó por un millón de pesetas a Bernabé Jiménez Ortiz, su empleado favorito, el legendario planchista ya retirado, que fue quien lo encumbró a los altares de la notoriedad durante varias décadas. Bernabé nació en Las Hotichuelas de Níjar en 1949 y al quedar huérfano con 11 años se trasladó a Almería.

El Minibar, el bar más pequeño de Almería, está situado en la calle Rueda López desde 1972;.
Se buscó la vida como aprendiz en Crespo, un comercio de ropa que hubo en la calle Las Tiendas. Y de allí saltó a la hostelería de la mano de su tutor Adolfo. Con él se empleó en la marisquería Maracaibo que estuvo en la calle Navarro Rodrigo y después en El Boquerón, actual Sacromonte, en la Plaza Vivas Pérez, donde antes se ubicaba la célebre bodega Tébar. Hasta que aterrizó en el Minibar y ya nunca más se movió de su vera, trabajando sin parar.
Al poco tiempo de empezar a regentarlo, se casó Bernabé y le dijo a su mujer: “Haz cuenta como que me he ido de emigrante a Alemania”. Casi no se le veía por la casa, su vida era la lumbre de la plancha, una plancha, en un bar de 21 metros, con el que consiguió darle dos carreras de ingeniero a sus hijos: arte de verdad, como el que tenía con las tapas de despachaba, poco variadas pero de categoría. “¿Para qué cambiar algo que funcionaba?”, se pregunta ahora, retirado en su vivienda de Cänga Argüelles.
Tras los primeros años de tanteo, Bernabé cambió la filosofía de ese bar enano: dejó los desayunos y la especialidad en sándwiches que vendía al principio para los niños del Celia Viñas (de mortadela, de foigrás, de tortilla) y se concentró en las tapas del mediodía y de la noche, estrenando su fabulosa plancha. Aquella decisión le salvó el negocio y la clientela fue creciendo y dándose cuenta que ese bar no era como los demás: allí había que rotar, había que tener un sentido altruista del espacio, tenía que imperar la camaradería, como en tiempos de guerra donde cualquier agujero es trinchera, para tomar rápido la caña y la tapa, limpiarse los labios con la servilleta, despedirse con un ‘buenas tardes señores’ y dejar sitio a otro parroquiano para que hiciera lo mismo.

Bernabé Jiménez, en la actualidad, tras haber regentado el Minibar durante 40 años.
Empezó a introducir el lomo en adobo, el pincho de gambas, la jibia, la aguja, los chopitos y la clientela fue en aumento, sobre todo también por la cercanía del cine Reyes Católicos, ya que muchos de los espectadores se pasaban antes o después a tomar unos montaditos en el Minibar. Metió como ayudantes a Juan Tijeras y a un chiquillo de La Cañada llamado Francisco Ventura Díaz, que se tiró con él toda su vida y le sucedió en el negocio en el año 2014, junto a su sobrino Francisco López Carrillo, el actual patrón del Minibar tras la jubilación de Ventura.
Con él éxito de las tapas y el aroma que salía por la puerta, Bernabé modernizó el local, cambió la madera del mostrador por el hierro colado, aunque la plancha siguió siendo la misma que viste y calza hasta ahora. La gente hacía cola en la puerta, como en el médico, antes de que Bernabé abriera y muchos se salían a la calle, como ahora, aunque, a falta de mesas, dejaban el platillo de las tapas encima de los coches que entonces se podían aparcar en la puerta. La gente se tenía que apañar como fuese, no era -ni es- un bar para llevar a la abuela ni para ir de señorito con corbata, aunque solían acercarse los empleados de banca y de los comercios cercanos. “Échate para allá”, ha sido siempre la interjección célebre del Minibar, como si en ese bar, small size, hubiera un ‘allá’.
Bernabé fue toda su vida un sacrificado, como tantos otros de su gremio; el hombre empezaba a adobar y a empinar pinchos o a preparar el pescado y el marisco a las 11 de la mañana, para servirlo a mediodía con humildad, sin engañar a nadie en el género, entre el griterío de los comensales; descansaba un poco por la tarde y por la noche vuelta a la espátula, hasta echar la persiana hasta el día siguiente que llegaba impasible una y otra vez para esa plancha, donde claudicaba, y sigue claudicando, lo mismo una quisquilla que una resma de chopitos, donde lo mismo se dora una hamburguesa de buey que chisporrotean unos mejillones esperando postor; aroma a mar y a fuego entre las cercanas boutiques y zapaterías de pulcros escaparates que circundan al bar más mini que una falda de Shakyra.