La Voz de Almeria

Almería

Cuando se iba la luz en los pueblos

En tiempos de Alexa, hemos vuelto a la pila Duracell; y hemos evocado aquellas noches de vela y paciencia y de oír a los abuelos contar historias de miedo

Inauguración de la Central Térmica de Endesa de Almería en el Zapillo, que acabó con los cortes de luz.

Inauguración de la Central Térmica de Endesa de Almería en el Zapillo, que acabó con los cortes de luz.

Manuel León
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Mientras Almería parece que va a ser la última provincia en recuperar la luz-como la última en llegar el ferrocarril o el AVE- cuando en tiempos de Alexa hemos vuelto por unas horas a recuperar la Duracell, uno recuerda aquellos apagones nocturnos y frecuentes de la niñez: la luminosidad macilenta de la perilla cesaba de golpe como un coito interrumpido y la casa entera parecía contener la respiración. los relojes parpadeaban en su ceguera eléctrica y la abuelas encendían velas gruesas que olían a cera y a paciencia que insertaban en el cuello de un quinto de cerveza. Sus manos temblorosas pero sabias parecían invocar antiguos rituales de tiempos en los que la luz era algo que se conquistaba a fuerza de fuego.

Cuando se iba la luz en las noches de verano nos sentábamos en el portal donde la brisa era menos tacaña y oíamos a los mayores maldecir a la compañía eléctrica, mientras el alcalde llamaba a la Sevillana a ver qué había ocurrido y en cuantas horas se repararía la avería; a veces ocurría en medio de una película y los espectadores, entonces, protestaban al dueño de la sala y éste respondía: “pedid la devolución de la entrada a la compañía”. Los helados de La Jijonenca se echaban a perder y los niños salíamos a la calle con una cerilla a dar sustos a los pocos caminantes que perfilaban sombra largas y hablaban en voz bajita; inventábamos monstruos que nacían del parpadeo de las farolas o se contaban secretos entre las tinieblas de la noche que parecían más secretos aún. Toda parecía pertenecer a un ritmo anterior a los relojes en esa cadencia de oscuridad.

A veces, si teníamos suerte en esos pueblos antiguos, regresaba la luz de golpe como una tromba que nos devolvía al mundo moderno: las lámpara nos cegaban al volver a prender, la nevera susurraba un alivio helado; pero otras veces, la noche entera la luz se quedaba en pausa y nosotros, sin quererlo, aprendíamos a mirar el cielo de luz estrellada, a medir la paciencia y a abrazar la lentitud.

Cuando se iba la luz en las noches de invierno en los pueblos de Almería era como volver al Paleolítico de las cuevas de Altamira; la madre, en la cocina, contaba historias de cuando era niña, alumbrada solo por una vela blanca o con una lámpara de aceite en la que flotaba una mariposa; temíamos al examen del día siguiente, porque nos costaba estudiar con la vela y porque lo habitual era que el profesor riguroso no tuviera en cuenta el apagón; cuando se iba la luz se reunía toda la familia para hacerse compaña, mientras el resplandor amarillo de la llama de trementina bailaba en la cal de la pared y alargaba nuestras sombras y se veía el fulgor naranja del cigarrillo del padre; la luz se iba pero también nos enseñaba a quedarnos (en la oscuridad, la familia era más familia que nunca). La falta de luz en invierno obligaba a mirarnos a los ojos, a compartir el calor de la charla y del brasero. Cuando por fin regresaba la electricidad, un suspiro de alivio recorría la casa, como si volviéramos a nacer de nuevo.

El apagón de ayer, nos ha enseñados que somos más vulnerables de lo que parece, a pesar de nuestra aparente fortaleza tecnológica.

En el caso de la ciudad de Almería, desde después de la Guerra hasta mediados de los 50, los cortes de luz eran continuos y la electricidad, pendiente de los saltos de Granada, no llegaba a los hogares hasta las siete de la tarde. Aún se convivía con la luz de gas en el alumbrado público y para cocinar. Era una Almería aún primitiva en la que el desarrollo industrial o empresarial era una entelequia teniendo en cuenta las condiciones de precariedad que se padecían. El Estado compró entonces a los ingleses una Central Térmica Móvil de 2.500 kilowatios que había sido fabricada para los rusos en la Guerra Mundial y que la colocaron enfrente de donde había estado la vieja Fábrica del Gas. La denominaron Estación Sierra Alhamilla.

Con la térmica móvil de Sierra Alhamilla se pudo extirpar el problema de las restricciones eléctricas. La primera fábrica de electricidad almeriense conocida como ‘Fabriquilla’ fue La Constancia, muy primaria aún y regentada por la sociedad Sánchez Morales a partir de 1890.

Lo vivido en las últimas horas en la provincia -y en el resto de España- ha sido como una vuelta a ese pasado no tan lejano, en el que se sacaba el parchís porque no había nada que poder hacer, ese pasado que ahora nos parece entrañable por nostálgico, pero que tanto lastraba el desarrollo social y empresarial de la provincia. 

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