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Almería, entre las tres provincias más desertificadas de España: el 86,7% de su territorio

La sobreexplotación de recursos y el cambio climático sitúan a Almería en el epicentro del mayor desafío ambiental de España

Estado de algunos cultivos, visiblemente afectados por la sequía en pleno otoño. Foto: Somos Albojenses.

Estado de algunos cultivos, visiblemente afectados por la sequía en pleno otoño. Foto: Somos Albojenses.La Voz

Marina Ginés
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Almería no solo es la tierra del sol y los invernaderos. También es el epicentro de uno de los mayores retos ambientales de Europa: la desertificación. Según el Atlas de la Desertificación de España, elaborado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y la Universidad de Alicante, el 97% del territorio almeriense es zona árida y el 86,7% ya está desertificado. ¿Qué significa esto? Que la degradación del suelo, la pérdida de agua y biodiversidad son una realidad que condiciona nuestro presente y compromete el futuro.

Para entender la magnitud del problema, basta con comparar: en el conjunto del país, más del 70% del territorio español está en riesgo de desertificación, pero en Almería ese riesgo ya se ha convertido en realidad. La provincia se sitúa entre las tres más afectadas de España, junto a otras zonas del sureste peninsular, en un fenómeno que no es hipotético ni lejano: está aquí, avanza silenciosamente y amenaza nuestra economía, nuestra agricultura y nuestra forma de vida.

Un mapa que revela una verdad incómoda

El Atlas, presentado el 27 de noviembre, es el primer estudio que ofrece un mapa fiable de desertificación en España gracias a inteligencia artificial y la evidencia científica. Los datos son contundentes: más del 70% del territorio nacional está en riesgo, pero el sureste peninsular —incluida Almería— es la zona más vulnerable.

“Almería está entre los tres territorios más desertificados de España”, confirma Jaime Martínez Valderrama, científico titular del CSIC y coordinador del proyecto. El estudio no se limita a señalar zonas áridas, sino que analiza procesos irreversibles: pérdida de suelo fértil, degradación de acuíferos y retroceso de la vegetación natural. “Una muy buena parte de las reservas de agua subterránea está en mal estado, mucho suelo se ha perdido y la cubierta vegetal es más baja de lo que debería”, advierte el investigador.

Por qué Almería lidera el ranking

El clima es el primer factor. Con precipitaciones que en el litoral apenas superan los 200 milímetros anuales y temperaturas medias entre 16 y 19 grados, la provincia se sitúa en la región más árida de Europa. Pero el clima no actúa solo. La presión humana ha acelerado el deterioro: la sobreexplotación de acuíferos, la pérdida de cubierta vegetal y la expansión de la agricultura intensiva bajo plástico han transformado radicalmente el territorio. 

Ejemplos históricos como la Sierra de Gádor, talada en el siglo XIX y nunca recuperada, ilustran la irreversibilidad de algunos procesos. “La desertificación no es que venga el desierto, es que estamos creando condiciones parecidas al desierto por la sobreexplotación de recursos”, resume Martínez Valderrama.

El coste oculto del agua y la paradoja de las desaladoras

La falta de agua ha llevado a soluciones tecnológicas como las desaladoras, pero el investigador alerta sobre su coste: “Este agua no sirve para regar directamente, hay que tratarla y llevarla tierra adentro con tuberías kilométricas. El coste se dispara y la desalación produce muchísimas emisiones de CO₂ porque hay que quemar muchísima energía”.

Las desaladoras no son la causa, sino el síntoma de un territorio que ha agotado sus recursos naturales. Y este agotamiento tiene consecuencias sociales y económicas. “Lo que empieza a suceder es que estos negocios agrícolas, que eran familiares, cada vez van a poder ser menos familiares. Solo va a poder acceder gente con mucho dinero”, señala el experto. El aumento de costes y la competencia internacional podrían cambiar la estructura social de la provincia: menos agricultores locales y más grandes corporaciones.

La paradoja del desperdicio alimentario

Mientras se invierte en agua y energía para producir, toneladas de frutas y hortalizas se tiran por la sobreproducción. “En todo el sureste peninsular se desperdician 31 hectómetros cúbicos de agua al año según cifras oficiales, pero sabemos que son mucho más altas”, denuncia Martínez Valderrama. Solo en Alicante, en enero de 2024, se desecharon 10.000 toneladas de limones.

La huella hídrica y de carbono de estos desperdicios es enorme y contradice el discurso de escasez. “Estamos diciendo que no hay agua, que hacen falta desaladoras, pero desperdiciamos toda esa agua y toda esa energía”, lamenta el investigador. Este modelo, basado en producir más para competir en mercados internacionales, genera una paradoja difícil de sostener: precios hundidos, sobreproducción y recursos agotados.

¿Hay solución?

El experto lo resume en una frase que debería grabarse en la agenda política: “no significa que si desaparece la agricultura intensiva se acabará el problema de la desertificación”. La clave está en una planificación territorial inteligente que integre la gestión del agua, el suelo, los bosques y el sistema alimentario.

Reducir la superficie de invernaderos, cumplir la Ley de la Cadena Alimentaria y apostar por modelos más sostenibles como la agrobiología son pasos imprescindibles. “El agricultor debería ganar más produciendo menos. No producir cada vez más kilos”, subraya Martínez Valderrama. Pero advierte: “Si el agua que ahorramos va a parar a montar un invernadero nuevo, de poco servirá”.

Un reto colectivo y urgente

La desertificación no es inevitable, pero requiere acción urgente y colectiva. No basta con confiar en la tecnología ni con esperar a que llueva más. “Hay muchas alternativas, pero hay que vertebrarlas. No podemos seguir con un modelo que agota recursos y genera desigualdad”, concluye el investigador.

El reto es enorme, pero también lo es la oportunidad: repensar el modelo productivo, restaurar ecosistemas y garantizar un futuro habitable para una provincia que, paradójicamente, ha hecho del agua su mayor riqueza y su mayor carencia.

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