Acaba de fallecer en Monterrey una almeriense de Albanchez que ayudó a parir hijos a cientos de españolas en el sur de Francia. En aquellos días sombríos en los que las mujeres republicanas tenían asaeteados los caminos por tropas de Franco y de Hitler, María García Torrecillas (Medalla de Andalucía 2007) se dedicó a enjugar lágrimas, secar frentes, a cauterizar heridas con la humildad de quien no tiene nada, de quien desconoce absolutamente todo sobre su porvenir.
María nació en 1916 en una familia numerosa junto al mármol blanco de Los Filabres. Tenía, sin embargo, espíritu aventurero y emigró con 20 años a Barcelona, donde ya residía alguno de sus hermanos.
De la áspera provincia almeriense a la gran urbe, a las fábricas de tejidos, de lejías, de galletas, donde trabajaban tantos de sus paisanos. Allí, en la Barceloneta le sorprendió la Guerra Civil y María, con unas manos entre costuras, tuvo que adaptarse a trabajar en una fábrica de armamento para la defensa de la República. Cuando las tropas de Franco entraron en la Ciudad Condal, María salió de España en la primera oleada de exiliados, cruzando la frontera en alpargatas, entre acémilas cargadas con sacos de ropa y de hogazas de pan negro, calada hasta los huesos por ese frío primaveral de 1939. Llegó entonces la albanchelera a los campos de concentración de Argelés junto con su compañero Teófilo Sáez y decide ayudar como enfermera. En ese momento se queda embarazada y entra en contacto con Elisabeth Eidenbez, una enfermera suiza con la que consiguió crear una maternidad en Elna. Allí se quedó María atendiendo a centenares de parturientas que necesitaban, más que nunca, una palabra de apoyo, una sonrisa dulce, una compresa enjugada de cariño espontáneo y anónimo. Cambió el nombre de algunos niños judíos por españoles (Samuel por Antonio, Jacob por Julián, en previsión de que los nazis acabaran con ellos, como el alemán protagonista de la lista de Schindler.
En el año 1942, los nazis estaban ya a punto de tomar la región de los Pirineos donde estaba la maternidad. María consiguió, en el último suspiro, un salvoconducto al México de Cárdenas. Como tantos otros exiliados españoles, algunos almerienses, llegó a Veracruz y se instaló en Monterrey donde consiguió trabajo como enfermera. Allí estabilizó su vida de leyenda la enfermera almeriense, hasta su muerte con 97 años.