Había que verlo cómo paraba el balón de reglamento con el pecho y cómo caía como la seda al empeine de su bota derecha.
Ya pocos recuerdan a Pepe el Tejero, que se acaba de ir, en el fútbol proletario de la provincia, en el de los campos embarrados y árbitros de negro. Había que verlo, como lo veían los ojos de los niños de Garrucha, en el Vista Alegre, en el Filomátic, cuando se plantaba en el anillo del campo a empujar, a repartir juego, a derecha y a izquierda. No era rápido, no era hábil, no regateaba. Era puro sentido común, paciente como una vaca sagrada, eligiendo siempre la mejor opción, el mejor movimiento del balón, como en una partida de ajedrez.
Entendía el fútbol con la precisión con que que sus abuelos cocían las tejas en el horno debajo de la chimenea del Calvario. Sobre las lastras del viejo campo de la Peña, que sigue ahí en el dique seco, se dejó media vida, entrenando, pateando balones a la Casa del Teniente, pegándole a la escuadra, viendo como caían las hojas de los eucaliptos. Protagonizó, Pepe el Tejero, un futbolista amateur con mayúsculas, una de épocas más gloriosas de la Peña Deportiva Garrucha, junto a Pichino, a Pedro de la Leocadia, Paco el Tormo, Aguado, Serrano y tantos otros, con el paraguayo Florencio Amarilla como entrenador, que pusieron las bases para el posterior ascenso a Tercera.
Fue Tejero el Gran Capitán de la década de los 70, el hombre fuerte, en el vestuario y en el campo, tras haber militado en el Albox y el Mojácar. Eran tiempos de cambios, la época yeye, en la que los jugadores gastaban aún patillas y bigotes, en los que en las gradas del Vista Alegre se sentaban aún, sobre un pañuelo blanco, aficionados antiguos como Antonio el López, Andrés el Pereira, Ramón Guevara, Epifanio, Paco el Lanchas, la tía Juana la Turrera, Anita la Lobanilla o Baltasar. Cuando el Señor Melchor inflaba los balones.
Después de más de 20 años en activo formó parte del equipo de veteranos y enseñaba a los chavales de la cantera con su amigo Félix de Telefónica, hasta que una cruel enfermedad lo terminó apartando del deporte que había sido su vida y de su trabajo de fontanero, con su socio José de Cándido, en la sociedad Peype.
Después se le veía por la calle Mayor, por el Malecón, por la barbería de Juan de Nicolás, en su silla de ruedas con su familia, con su cuñado Antonio María. Ya no era aquel futbolista que encandilaba a los niños de Garrucha, cuando en los recreos todos querían ser como Pepe. Ya no era él, pero quedará siempre el recuerdo del Tejero, con la camiseta albinegra, con el brazalete de capitán, parando el balón con el pecho y echándolo al suelo.