En recuerdo de mi amigo Jorge Prats Pagés
- La Voz
Tuve que leer varias veces la esquela en el periódico para creérmelo, hasta que por fin se me heló el café de mediodía en las manos y me quedé parado, pensando, triste, impotente, sin rabia, para volver a leer: ‘Jorge Prats Pagés’. Sí , eras tú sin duda, no me sorprendió, porque sabía que estabas muy malito, pero esa crudeza positiva con que juzgabas los avatares de tu enfermedad, me hizo pensar que ibas a poder con ella o al menos que no iba a ser tan pronto… Después de tragar saliva, me abrumaron los recuerdos de algunos de los momentos que vivimos juntos, como aquel partido de pádel, solos tú, yo y la red en medio, en el Hotel Portomagno, en Aguadulce, en diciembre del 92. Cuando me preguntaste, al terminar, si de verdad yo estaba dispuesto a seguir contando contigo para los temas de comunicación y fui de tus primeros clientes e intercambiando pareceres de negocio y de la vida, nos hicimos colaboradores y sobre todo amigos. Cuántas horas juntos, de largas reuniones para parir mensajes, catálogos, stands… Y hasta aquella magnífica y nunca repetida primera convención de trabajadores de Agrupaejido y las largas sesiones en Asempal, en tu etapa de asesor de imagen de Ecohal- Alhóndigas de Almería, que conformó una nueva andadura en la asociación, que entonces yo presidía y que aún conserva el logo que diseñó Prats&Alemán. Cómo olvidar aquellas pequeñas travesías en tu velero Itaca con nuestras niñas, hoy ya mujeres que se profesan el cariño de la infancia. Aquel Barça-Madrid, en Cervantes y en familia, en el que con estoicismo y deportividad aguantaste nuestras coñas y nos obsequiaste con aquellas magníficas cigalas a la plancha con alioli. Y aquellas comidas de Navidad en las que preparabas la caldereta de langosta y aquel cava Portell que traíamos por cajas de tu tierra, junto con el foie con trufas que elaboraba tu hermana, a quien he conocido en el tanatorio y que tiene en los ojos esa expresión picarona y alegre que tú tenías. He sido testigo y confidente de tus asuntos, eventual compañero de copas y algunas veces paño de tus lágrimas. De ti he aprendido, además de muchas otras cosas, lo importante que es cultivar la amistad. Jamás hemos estado un mes sin hablarnos, pues tú te esforzabas en mantener el contacto. Y recuerdo como si fuera ayer, cuando me llamaste aún no hace un año, para decirme que estabas llamando a todos tus amigos para que supiéramos que tenías ese mal, con el que te has batido como un jabato, sufriendo mil arrechuchos y reincorporándote al trabajo cada vez. En octubre nos invitaste a cenar en tu casa e hiciste de cocinitas como tantas veces, e incluso previamente, con esa exquisitez que siempre has tenido, me llamaste para preguntarme si pescado o carne, porque tú ibas a comprar al mercado. Allí conocí a Natalia y constaté cómo te quería y lo pendiente que estaba de ti, como tú me decías desde hacía varios meses. Cómo me alegro de haberte disfrutado esa mañana que estuvimos juntos viendo las alhóndigas, preparando un nuevo proyecto tuyo, en noviembre pasado y terminamos almorzando juntos… Después nos hemos llamado cada semana y te he enviado varios correos con las virtudes de la chirimoya para tu mal, sin que nunca dejaras de regalarme ese correcto ‘gracias por llamar’. Ya estábamos organizando otro de nuestros encuentros y tan solo he podido verte tras el cristal… No tenías mal aspecto, te faltaban tus gafas, siempre de diseño, y esa mirada inteligente, socarrona, risueña y bondadosa que adelantaba tu forma de ser… Trabajador infatigable, magnífico profesional, educado, elegante, luchador y un gran amigo para quien deseo, uniéndome a lo que te dijo Paqui en su despedida, ¡que tengas una feliz travesía y hasta que nos veamos! Un abrazo.
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