Balta, el de la droguería de la Almedina

Eduardo D. Vicente

Baltasar Jiménez Campuzano

  • La Voz
Siempre estaba detrás del mostrador, medio oculto tras unas latas de pintura, abstraído en sus pensamientos. A veces, si te asomabas a la puerta del negocio, daba la impresión de que no había nadie, pero allí estaba él, dándole vueltas al pensamiento, creando nuevas figuras que en Navidad le dieran vida al Belén gigante que montaba en el salón de su casa, planificando la construcción de algunos de los castillos de madera que tanto le gustaba fabricar, ultimando con el escultor los detalles del Cristo que había encargado a medida, o hablando con algún cliente de las necesidades más urgentes del barrio. Hacía tiempo que la droguería de Balta había dejado de ser un negocio para convertirse en el símbolo de un barrio. Pasaron los años como fue pasando la gente, pero la droguería sobrevivió al tiempo agarrada a las viejas formas de entender el comercio. Balta no era el tendero que buscaba clientes, sino el vecino que hacía amigos detrás del mostrador. Si alguna vez ibas buscando una brocha o una pastilla de jabón, mejor ir sin prisas, porque cuando entrabas en la droguería el tiempo se detenía y podías pasar una hora escuchándolo como te iba desgranando sus ilusiones, sus sueños. El último de sus grandes proyectos fue darle al barrio un Cristo. Quería que la Almedina tuviera una imagen religiosa que uniera a la gente y con la ayuda de los amigos y de 79 familias que se embarcaron en la aventura, consiguió hacerlo realidad. El pasado mes de abril, el Gran Amor de la Almedina recorrió las calles del barrio para quedar expuesto después en un escaparate junto a la droguería. Llegó antes de lo esperado porque no había tiempo que perder. Sus colaboradores más íntimos se fueron a Huelva a recoger la talla para que Balta pudiera verla antes de que la enfermedad firmara su sentencia definitiva. Balta se nos ha ido en apenas diez meses. Nos ha dejado su Cristo, y sobre todo, su presencia y su recuerdo, el de un personaje irrepetible que hizo de su calle su patria y de la amistad una forma de entender la vida. Qué tristeza nos dejastes la tarde del Corpus cuando te vimos por la Plaza de la Catedral en una silla de ruedas junto a Juan Leal y al -Papa-, tus fieles compañeros. Te colocaron delante del Paso para que le rezaras tu última oración.