Caían unas monedas en el platillo de Pepe y se escuchaba el ladrido del perrillo, como las campanillas del ángel de Capra. Ha desaparecido para siempre Pepe el de los perrillos, conocido también como Pepe el Piripi, el Correcaminos, el hombrecillo que vendía manojos de romero por las mesas de los bares de Marqués de Heredia.
Se ha ido este mendigo educado, con cara de buena persona, que pedía siempre con una sonrisa en la boca, con un gesto de cortesía, tan en desuso hoy día.
Frecuentaba los semáforos de la zona baja de la Rambla, la Plaza Circular, el Parque, pero sobre todo era perenne, como las hojas de algunos árboles, en el Paseo, frente a las Puertas del Carrefour Express. Allí componía, Pepillo, con sus perros y gatos una estampa típica de la ciudad en los últimos años: de rodillas o sentado, con su gorro ajado de Papa Noel, con sus escasos dientes, escuálido y chiquitillo, con unos ojos que transmitían tanta ternura como necesidad de pegarle bocados a un muslo de pollo. Allí colocaba de temprano sus cartones, sus bolsas y recipientes; allí gruñía el gato que llevaba atado a una cadena o con una guita y ladraban los perrillos cuando caían los céntimos en el metal. No era este hombre un pedigüeño de iglesia, como la de San Pedro o Santiago, que obliga a una mayor disciplina.
Frecuentaba más la barra libre de la calle, la clientela de clase media del Carrefour, de madres atosigadas por niños; le gustaba más vagar libremente por el centro de Almería, merodeando con educación, sin pesadez, instantáneo, los veladores de gente con posibilidades de tomarse aún una cerveza bajo el sol del invierno.
La verdad es que, a simple vista,recordándolo, uno concluye que nadie hizo demasiado por él: su imagen, por sí sola, aguaba la fiesta del capitalismo o de un grupo de señoras en abrigos de visón de las tantas que pasaban por su lado.
Ya no veremos más a este sans coulotte almeriense, una parte del paisaje del centro de la ciudad.Esperemos que al menos haya finalizado sus días en una buena cama y que en el cielo tenga la recompensa que no ha tenido en la tierra. Tus perrillos te echarán de menos, Pepe, y mis niños, que ya me preguntan por tí para echarte unas monedas.