Siempre le recuerdo sonriendo, o cerrando sus ocurrentes frases con una risa, desde la enorme presencia de su metro noventa.
Sus ojos, claros y simpáticos acompañaban a su rostro, afable. Nadie escapaba a su encanto, desde que, según me cuentan, ya como niño visitaba cada casa, jugando y enredando, de su querida calle Juan del Olmo, donde ahora, ha dejado vacíos los corazones de todos los que le conocieron.
Ángel, tenía el don de hacer amigos, de llevar la alegría a todos los ámbitos, porque participaba de la vida, como poca gente sabe hacerlo. Disfrutaba y compartía.
Por eso, ahora, con su repentina marcha, la vida ya no es igual, ni en su lugar de trabajo, donde hizo grandes amigos, entre compañeros y clientes, ni junto a sus caballos en la hípica, ni para sus perras, en su casa, o en la cofradía de Belén… como nunca será igual la vida, por el enorme hueco que ha dejado en su triste familia, que jamás le olvida y que tanto le echan de menos.
El era un hombre joven y feliz, lleno siempre de proyectos a compartir, y se marchó de repente, sin que nadie lo esperara, una noche, para convertirse en una de las estrellas más brillantes del cielo.
Ángel, que sufrió mucho con la pérdida de su padre, seguramente esté allí arriba con él, charlando sobre fútbol y caballos, y señalándonos de vez en cuando, riéndose de nosotros, por ver como perdemos el tiempo en tonterías, en vez de disfrutar de los pocos o muchos días que nos queden de vida.
Estará protegiendo no solo a sus amigos y familiares, sino a todos los animales que tanto le gustaban. Con Ángel, se ha ido un trozo gigante del corazón de su madre, de su esposa y sus hermanos, con Ángel, se ha ido un buen amigo y sobre todo, se ha marchado mucha alegría.
Si estás por ahí y puedes, mándanos tu risa y tus ganas de vivir.