Tengo por sabios a los poetas, pero, al menos esta vez, Benedetti se ha equivocado: la muerte se ha impacientado con Juan Bautista Parra: llegó con alevosía, sin defensa posible, cuando más confiado y feliz estaba: en una edad en la que no cabía esperarla y mientras disfrutaba de la solemne Semana Santa de Huércal Overa. Ha muerto vivo, con la alegría ilesa de la gente que ha cumplido con la gente.
Siento el dolor de más de media vida: María de los Ángeles, su mujer, y yo, nacimos con seis días de diferencia; fuimos vecinos y nuestros hijos crecieron juntos; fuimos amigos; fuimos compañeros de profesión -la defensa de la justicia- él como Fiscal y yo como Abogado y, siempre que nos enfrentamos, encontramos un punto de encuentro y conciliación, quizá porque, como dice el Tao, era de los hombres que “llevan en brazos la luz.”
La luz de la Justicia. El Fiscal no es el malo de la película. Es el bueno, más defensor que acusador, porque su conducta se orienta a la defensa de toda la sociedad, en el caso de Juan Bautista Parra con una interpretación espiritualista de la ley para ponerla al servicio de la Justicia. Alguna vez le dije que veía encarnado en él al protagonista de la película “Mi querida Señor Juez", en la que un Magistrado del Tribunal Supremo de EE.UU. advierte a su compañera, recién designada: "Tenga cuidado. Usted quiere convertir la ley en una camisa de fuerza, y debe ser una vestimenta que el hombre pueda usar."
Claro. Ha sido la dignidad hecha persona. Y entendido, con Metastasio, que "sin piedad, la justicia se torna crueldad".
Con Juan Bautista Parra se ha ido, pues, un hombre bueno, afanado, toda su vida, en el abnegado sacerdocio de conseguir el triunfo de la Justicia como valor moral, luz permanente de su conciencia: dar a cada uno –efectivamente- lo suyo. Ha sido, pues, un humanista, un defensor del hombre entendiendo, con Maquiavelo, que virtud equivale a razón.
Y, todo ello, con señorío, con la elegancia, ya desusada, del perfecto caballero, serio y profesional en el Tribunal y muy divertido y afectuoso fuera de él. Le cuadraba al dedo la definición de Anatole France: “era semejante a un árbol: tenía corteza dura, savia abundosa, paz y silencio".
Por eso, en su velatorio le pedí que me haga ser siempre justo, que mantenga encendida en mí la llama de la Justicia: ¡Me sirve tu sendero, / compañero!.
Fallecido un sábado de gloria y despedido por quienes le queríamos un Domingo de Resurrección, era clamoroso: la normalidad generosa de los suyos –al interpretar la suya- de donar sus órganos, ha hecho posible que, ese día, resucitaran para la vida, al menos, tres personas: el Caballero Justo les ha trasvasado la suya. Juan Bautista Parra es vida. “Alejarme tan sólo fue el modo / de quedar para siempre” Lo decía Valente y lo ha hecho Juan Bautista Parra.
Para siempre, aquí, con nosotros.