Estuvo en Almería tres veces, dos de incógnito, y una para darle el visto bueno al CEMA, el Centro de Experiencias de Michelin que él había decidido que se construyese en el Cabo de Gata en 1973. Llevaba entonces, François Michelin, veinte años pilotando la nave del mayor fabricante de neumáticos del mundo, heredero de la empresa que fundara su abuelo Edouard en 1889 en la ciudad francesa de Clermont-Ferrand.
Quería hacer algo grande Francois, por esas fechas,, un centro de referencia en tecnología y eligió, sobre una terna de tres zonas, la desértica Almería.
Era el año en el que voló el Dodge Dart de Carrero Blanco, en el que la crisis del petróleo había hecho mella en el turismo y en el que los almerienses seguían emigrando a otras tierras para volver con algo ahorrado y montar un bar o comprar un cortijo. En esa época tan revuelta, con Franco retirado ya del Nodo, llegaron los galos al poblado urcitano. Se entrevistó el patrón francés en esas fechas, con el gobernador Juan Mena de la Cruz “para asuntos de negocios”, decía la prensa de la época. Un año antes, Francois y su equipo habían comprado a Francisca Díaz, la viuda de González Montoya y a otros terratenientes de Pujaire y Ruescas, más de 4.000 hectáreas en el Cabo por 2.500 millones de pesetas. Y así sentaron sus reales los galos, como poblado de Axteris, en ese paisaje lunar almeriense, allí donde las estribaciones volcánicas de la Bética se funden con el mar latino de La Almadraba y la Fabriquilla.
No fue por amor por lo que François Michelin, el último patriarca de la casa de neumáticos franceses, eligió Almería para diseñar el mayor centro de pruebas del mundo. Fue por razones mercantiles: esta zona polvorienta y ávara con el agua que es Níjar permite trabajar a los técnicos de la multinacional casi todos los días del año. “Es la zona donde menos llueve de todo el continente europeo, 160 milímetros cúbicos al año”, comunicó Francois al Consejo de Administración cuando decidió hacer el Centro en Almería: un microclima perfecto para probar ruedas.
Desde la distancia, desde sus jardines imperiales cuajados de begonias en su ciudad natal, Francois se mostró siempre orgulloso del inhóspito Cema de Almería, de sus más de 200 empleados. Fue un visionario, que impulsó la empresa desde la innovación, con su neumático radial y con presencia en 170 países, que sabía que el trabajo callado, secreto, humilde, realizado en el Cabo era una de las piedra angulares de su éxito.