JOSEFINA PASTOR PASTOR
- La Voz
LOLI SANCHEZ PASTOR Querida mamá, de nuevo me dirijo a ti por carta porque sé lo mucho que te gustaba recibirlas y aunque ésta me ha resultado más dolorosa que las anteriores, ahí la tienes, aunque vaya por un correo distinto del habitual. Desde tu fallecimiento, llevo horas y horas, días enteros dedicados a buscar las palabras exactas que encierren y contengan todo lo que tú has significado en mi vida pero no las encuentro, y creo que es porque no hay palabra alguna que pueda describir la grandeza de tu alma y la mujer especial que fuiste. Hablar de tu generosidad, bondad, simpatía para con todos es poco; que eras un ser extraordinario, una excelente esposa, y una madre excepcional es insuficiente para lo que intento describir. Mi docta madre, aficionada a los crucigramas y juegos de ingenio, a la lectura y poesía, a los chistes, a la novelas... Eras divertida, cariñosa, conversadora, piadosa, valiente, honesta, respetuosa, auténtica y muy inteligente. Sabías escuchar y me enseñaste a mí a hacerlo. Mil recuerdos acuden a mi mente: en mi niñez, cuando íbamos de viaje, con tu elegante pañuelo en la cabeza, tus gafas de sol, los labios pintados y cantando al aire "El Rancho Grande, Francisco alegre..." y haciendo que todos los demás nos uniéramos a tus cantos; en mi adolescencia cuando nos hacíamos confidencias sobre los primeros amores; amante del refranero español, siendo uno de tus preferidos:"Manos que no dais que esperáis"... Son tantos y tantos momentos únicos que me has regalado que me aferraré a ellos para siempre como un tesoro. Una de tus grandes cualidades era tu disponibilidad para con todos (vecinas, amigas, familiares). Aún escucho la sonoridad de las risas de la familia cuando interpretamos el cuento de "La bella durmiente" y hacías tú uno de los personajes principales. Sonrisas y lágrimas acuden a mí a la vez. Recuerdo tus caricias y besos cuando me sentía mal porque las cosas no me salían como yo quería. Recuerdo tus abrazos que me abarcaban y me hacían sentir a salvo de todo. Pero, sobre todo, recuerdo tu voz como un arrullo, como una cálida manta que me envolvía y transformaba mi enfado en polvo, en nada, desapareciendo al instante. ¡Mamá, cuánto amor nos has dejado! ¡Mamá, cuánto amor te has llevado! Mi preciosa madre, qué razón tenías cuando decías que la vida es apenas un suspiro. Me hubiera gustado que no te fueras nunca porque siempre te voy a necesitar, hubiese querido seguir aprendiendo de ti, de la sutileza con la que hablabas, de tu saber estar, de decir las cosas claras sin herir a la gente, de tu coraje para enfrentarte a los problemas de frente, del carisma que tu persona desprendía, de tus sabias palabras, de ese especial don de gentes que poseías... Estar contigo era estar en un continuo aprendizaje para ser mejor persona cada día. Mamá, ¡si supieras todas las personas que han pasado a despedirte! Había cientos y cientos: hombres, mujeres, amigos, familiares, vecinos, niños, emigrantes... Y es que te quería todo aquel que tenía la suerte de conocerte. Creo que cuando conocemos a gente buena se queda arraigada en nosotros algo de ella. Tú eras así, buena, por eso, siempre serás un recuerdo amable para todos aquellos que te conocieron formando de esa manera parte de sus vidas. ¡Qué orgullosa estoy de haberte tenido como madre. No puede haber en el mundo unos hijos más afortunados y más dichosos que mis hermanos y yo! Si tuviera que definirte en pocas palabras diría que Josefina Pastor Pastor fue una gran mujer, una buena mujer. Toda tú eras puro corazón. Recuerdo que en una dedicatoria que me pusiste en un libro que me regalaste decías: "Para un cachito de mi corazón". Sí. Creo que mis hermanos, Fede, Marisol, Fran, y yo, somos cachitos de tu corazón, por eso, mamá, jamás morirás para nosotros, porque nuestro corazón y nuestra gran aliada, la memoria, NUNCA lo permitirán. Para mi preciosa madre, de tu hija que siempre te querrá.
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