Pablo Cassinello- Ingeniero industrial
- La Voz
manuel león Era frecuente verlo caminar con su pelo nevado, en vaqueros,con más de 80 años, por las anchuras del Paseo de San Luis o por las estrecheces de la calle de La Reina, donde tenía su hogar. Pablo Cassinello Clares (Madrid, 1933), que acaba de fallecer, era un tipo afable que le tocó bailar, en tiempos que ya parecen remotos, con las críticas ciudadanas por el olor que desprendía La Célulosa, la fábrica de la que fue gerente varios años. Antes de eso, el flemático Pablo, hijo de militar y nieto de Pablo Clares, héroe que perdió un ojo en la Guerra de Cuba y del abogado Joaquín Cassinello Vivas, estudió para ingeniero industrial en la calle Alberto Aguilera de Madrid. Empezó a trabajar en Cartagena, en el montaje de la Central Térmica de Escombreras y de allí lo fichó una multinacional israelita que fue quien llevó a cabo la construcción de la controvertida Celulosa Almeriense. Pablo estuvo desde sus inicios en el proyecto como director gerente. Se le podía ver en los tiempos de la construcción -en el lugar que hoy ocupa el Polígono del mismo nombre- joven, espigado, siempre junto a las calderas, con un cigarrillo en los labios, al lado de los accionista de una empresa que tanta expectación levantó en su tiempo, gente como José Manuel Gomendio, Alfredo Domenech, Sánchez Ezquerra o el que fuera alcalde y abogado del Estado, Emilio Pérez Manzuco. Casi el cien por cien de la producción estaba dirigido a la exportación: Inglaterra, Italia, Francia, Estados Unidos, Suiza, Finlandia, Alemania Japón y Singapur, produciendo un millón y medio de dólares en las divisas. “En toda Europa había fábricas de pasta de madera para papel, pero el producto final era de peor calidad”, rememoraba Pablo en alguno de aquellos cafés que tomé con él en El Violeta o en La Hormiguita. La pasta la compraban los británicos por su grosor para hacer tarjetas de visita de grandes empresas y para el papel timbrado y el de la Administración de Justicia. Los americanos la utilizaban para los filtros de aire de los vehículos y en otros países se empleaba como papel de liar tabaco y para los filtros de los cigarrillos. Durante 17 años, de 1965 a 1982, en la carretera de Sierra Alhamilla de la capital, funcionó la fábrica de pasta de papel más grande del mundo que producía hasta cien toneladas diarias y empleaba más de cien obreros, pero para muchos almerienses, por los vapores que exhalaba, era un lugar maldito. Han pasado más de 30 años desde que cerró sus puertas de forma traumática, tras una ardua batalla sindical con secuestro del director incluido, en la que los empleados tuvieron que recurrir al Fondo de Garantía Salarial. Pablo siempre quitó hierro a esas circunstancias y recordaba, con voz pausada, los buenos momentos allí vividos, como cuando se organizaban las comidas de convivencia servidas por el Restaurante El Rincón de Juan Pedro. Su aspecto juvenil, a pesar de los años que atesoraba, ha dejado ya de verse por esa zona de umbría del Parque Viejo, por la Casa del Jardinero, donde solía detenerse a mirar al cielo, no se por qué razón.
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