En la festividad de San Antonio de Padua, tras haberse realizado el velatorio en la Casa Sacerdotal San Juan de Ávila y la celebración de la exequias religiosas en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol del Rvdo. Sr. D. José Amat Cortés, presbítero, que en olor a santidad falleció recibiendo el Sacramento de la Unción de Enfermos y la Bendición del Santo Padre.
Nacido en el municipio de Alicún de Almería, un 24 de julio de 1928, fue ordenado sacerdote en Barcelona el 31 de mayo de 1955 durante el Congreso Eucarístico, y tras una intensa vida pastoral llegó a ser el rector de la iglesia de Santiago Apóstol desde 1964 y de la capilla de San Cristóbal desde 1972 hasta su jubilación por edad, continuando como emérito en ese apostolado de cura de almas y oficiando misa en tanto en la iglesia de Santiago como en la de Sebastián.
Don José como cura – párroco junto al coadjutor D. Rafael Salas Hita, q.e.p.d, y al también sacerdote, D. Francisco Ruiz – secularizado- se dedicaron al servicio de la iglesia diocesana, especialmente a la iglesia enclavada en el mismísimo centro histórico. Le dedicaba a la iglesia y a la feligresía las 24 horas de día, oficiando las Santas Misas, antes había misa a las 8, 8:30, 9 y 10 horas, y por la tarde 19 y 20 horas, exposición al Santísimo los martes con el jubileo circular, horario de despacho mañana y tarde, atención a los fieles, confesiones, la dirección espiritual de la Cofradía de la Soledad, de la Archicofradía del Perpetuo Socorro, de la Virgen el Sagrado Corazón de Jesús, con sus respectivos novenarios, triduos a Santa Lucía, y una elevada actividad pastoral con dos coros de música en la parroquia, catequesis, etcétera. La iglesia estaba abierta a los fieles todo el día realizando un apostolado. También atendían a las Adoratrices y al colegio del Ave María, e iba a llevar a los enfermos el Sacramento de la comunión y de la unción. Don José Amat se dedicó o en cuerpo y alma a servir a Jesucristo a través de todos los vecinos y vecinas del distrito o barrio que le correspondía, sobre todo a los más necesitados, en un época donde había mucha penuria y necesidades, siempre estaba disponible, siempre atento, siempre buscaba la solución a los más necesitados, a los más alejados.
Llegó a tener más de veinte monaguillos que le ayudábamos en todo, junto con la dirección, primero de D. Vicente, y después de María Salinas, ambos Sacristanes. Cuando terminaba entrada la noche, le acompañábamos a su casa al final de la calle Real para que no se fuese solo. Después regresábamos Diego y yo, y algunos más con el deber hecho. Eran otros tiempos que vislumbraban los sentires de lo que posteriormente sería el Concilio Vaticano II. Don José sí es un ilustre sacerdote como muchos otros, no solo por su sapiencia, que la tenía, sino por su honda sabiduría humanística, por ese gran corazón que acogía a todos sin distinciones, pobres y ricos, payos y gitanos, blancos y negros, almerienses y no almerienses. Un hombre de Dios.
A don José Amat, mi confesor y quien me dio la primera comunión, lo quería todo el mundo, obispos, sacerdotes, monaguillos, fieles, ha sido el sacerdote más bueno y bondadoso que he conocido en 53 años. Seguiremos rezando por Él, porque está, iure et de iure, junto a la Beatísima Trinidad gozando de la Luz Eterna.