Siempre la recordaré asomada a la ventaja de la Calle Magistral Domínguez y la buscaé de la mano de Pepito por el Barrio de San Félix. Mi tía Elo siempre quiso ser “la señora de Pepe Saberes”. Formaban una pareja singular. Ella con su acento sevillano tan graciosa y el tío Pepe “muriendo lentamente cuan pálido lírio”. Eran la alegría del barrio y la vida les premió con cinco hijos maravillosos que tienen sus mismos gestos, sus miradas, sus recuerdos y lo más hermoso: la vida que les dieron.
Boda en Sevilla El tío Pepe se fue a Sevilla a trabajar y vino casado. En el serrano pueblo de El Pedroso se ganó su corazón la hija de Antonio y Consuelo. Él un artesano zapatero y ella sus labores como se decía en aquel año de 1962 cuando tuvo que salir el tío Luis y la tía Antonia con sus hijos pequeños para llevar a la Mama a la boda de la que iba de madrina. Todo fue muy rápido pero las vecinas pararon de contar a los diez meses cuando venía al mudo Mari Chelo. En aquella calle Magistral Domínguez se llevaba todo en cuenta y tras unaboda tan rápida...
La tía Elo era una sonajilla. Muy guapa, agradable, y siempre la señora de: “Don José el hermano de Juanico el que vende las decauves, D. K. W”, como decía mi padre con tanta guasa como respeto hacia al tío Juan, creador del impero Saveres. Ella, supo adaptarse a las cuñás: Dolores la de Antonio (viuda), Antonia la de Juan, Carmela la de Manolo y Antonia la de Luis. Cuatro mujeres ante cuatro hombres trabajadores. De esos que no se notan y siempre están. Gente de corazón, sencilla y buena.
La suegra en casa Cuando empezaron a llegar los niños: Antoñito, María Dolores, Elo y el sol de la familia, mi primo Pepito, estrenaron casa en los Pisos de Nike. Allí se fue con ellos la abuela Eloisa, La Mama, a la que tantas veces saludé cuando iba y venía de trabajar a la Casa Mercedes. Me esperaba en la ventana y le avisaba a la tía Elo. ¡Qué tiempos!
Los niños iban creciendo y Pepe Saberes ya tenía su cochecico para ir a Laujar a veranear. No había muchos lujos en la casa, pero eran tan felices todos dentro de ella que nada más llamar a la puerta uno se daba cuenta que Dios bendecía cada rincón de esa casa.
Mi abuela y la tía Elo me llamaban Antonio Miguel (como mi padre) y nunca me iba sin tomar algo. Porque esta sevillana con tanto salero me tenía entre los sobrinos elegidos. Nunca he visto una relación mejor entre una suegra y una nuera. Se llevaban de maravilla y el tío Pepe echo un señor como tanto le gustaba. La abuena se fue y dejó su cuarto y su ventana libres, pero nunca faltó espacio a la familia Fernández-Muñoz que nacía y crecía con La Mama como fiel centinela de la familia Saberes.
Estarán juntos Era tan grande el carisma de la tía Elo, quería tanto al tío Pepe, que hasta el último de sus días compartieron juntos el sueño de: “nos vamos a Laujar y nos pegamos un fin de semana y nos quitamos de médicos, Elo”. Esas fueron las últimas palabras de Pepe Saberes, se puso la pastilla en la lengua y no la podía tragar”. Un cáncer se lo llevó para siempre con la misma edad que murió mi padre. No se jubiló. En la flor de la vida.
La tía Elo tuvo que seguir adelante. Ya no iba de la mano de Don José, tenía otra firme y segura, la de Pepito, para salir a hacer los mandados y visitar a la tía Carmela o a la tía Antonia en el Barrio de Los Ángeles. Las lágrimas caén en el teclado, primos, los Saberes no somos tan fuertes como parecemos y nos queremos mucho. A la tía Elo le tocó la Lotería con el tío Pepe y yo soy muy afortunado por contar esta historia.