Te tenía memorizado en la agenda del móvil: Diego Miguel Castro (Cuevas). El domingo al mediodía me sonó dos veces el teléfono anunciando tu nombre en la pantalla. Solo dos veces pitó, fue algo tan breve que pensé inmediatamente que habías marcado mi número por error. No volvió a sonar. Ya nunca sabré si marcaste por equivocación o no. Hacía más de un año que no te veía, desde que nos encontramos en El Saltador, en la inauguración de las obras de reparación de las conducciones dañadas por las inundaciones, cuando me dijiste “A ver cuándo hacemos un reportaje del Pantano”. Se te veía radiante, protegiéndote con un sombrero de paja en esa mañana soleada de marzo. Después volvimos a hablar por teléfono en conversaciones breves e intensas, como tú eras, un hombre cargado de energía positiva. Querías cambiar el mundo que era tu pueblo, Diego, con ideas bienhechoras, cuando te conocí en la vieja Radio Sol, en la calle Convento, cuando aún no habías cumplido los 40. Te plantabas ante el micrófono en aquellas tertulias saturadas de buenas intenciones, de ilusionantes proyectos, con tus compañeros de micro Andrés Fernández, Pepe el Chulí, Agustín el Tato, Juan Cervantes y Ricardo Calvo. Y entonces tu boca era un torrente de reflexiones, de engranajes para hacer prosperar a Cuevas. Eran tus ideas, tus pensamientos, lo más íntimo que tiene un ser humano. Y las vertías con el corazón, con sentimiento, con valentía. Pocos medios de comunicación tan hogareños, tan humildes, han tenido la suerte de contar con ese caudal de análisis constructivo tan bien hilvanado, con esas voces tan comprometidas con el Almanzora, por esas fechas ya lejanas. Después, Diego Miguel, te seguí viendo por Villaricos, tostado por la calima, siempre dinámico, impetuoso, deportista, entusiasta de la naturaleza, dicharachero, dando ánimos, relatando con afán didáctico todas las cosas en las que andabas embarcado. Porque eras bueno, Diego Miguel, no te lo digo porque te hayas ido, porque haya que hablar bien de los muertos, te lo digo porque es verdad, al menos para mí. No te lo dije nunca en vida, porque esas cosas dan vergüenza manifestarlas. Eras enérgico, pero noble como un galgo, al menos así te vi yo desde que te conocí, desde que aprendí a estimarte, aunque las circunstancias de la vida hicieran que no coincidiéramos más en los últimos años. Descansa en paz, Diego el Misi, te lo mereces como pocos.