Fue durante décadas el hombre que regulaba todo ese desbarajuste de alsinas que llegaban a la vieja Estación, todos esos autobuses que venían de Berja o de Mojácar, de los Vélez o de Purchena, lleno mujeres con chiquillos que venían a la consulta del especialista o a comprar cortinas en Marín Rosa o zapatos en la calle Las Tiendas. Baltasar García Díaz, que se acaba de ir con 80 años, era el jefe de la Estación, y allí pasaba sus horas, viendo centenares de viajeros cada día, que pasaban fugaces bajo las pinturas de Cañadas, que hoy adornan los anaqueles de un supermercado. Baltasar era un almeriense entrañable acostumbrado a ese fragor cotidiano de motores y chóferes sudorosos, del que solo se alejaba para tomar un refrigerio en la pastelería de Mensales. Nació un año antes de la Guerra Civil en una casa en la que se vivía de un negocio de zapatería, Calzados Muley, en la calle Manuel Pérez, donde trabajaba su progenitor Nicolás, que conoció a su madre, Virginia, un día de mala suerte en el que una avioneta le rebanó la cabeza con la hélice a Baltasar, el que iba a ser su cuñado, por intentar salvar a un niño. Después de la Guerra, la familia de Baltasar sufrió las consecuencias de no encontrar un avalista para poder permutar el dinero republicano por el del nuevo Régimen y el padre se tuvo que poner a trabajar como empleado. Baltasar, que había sufrido un accidente en una mano por coger un toro de fuego en una feria de agosto, entró a trabajar de mozo en la Estación de Autobuses, hasta llegar con los años a Jefe de Estación. Su otra gran ocupación eran los toros, pero no el de las figuras sino el de los jóvenes valores, el de aquellos que empezaban a fuerza de cornadas. Era Baltasar sobrino de Ulpiano Díaz, el mítico representante de Chopera con oficina en la Circunvalación de la Plaza del Mercado. Al morir el viejo representante, Baltasar y su primo Baltasar González, heredaron la representación. Era un fijo en los tendidos en los grandes día de corrida, junto a su mujer, Carmen Haro, profesora de Filosofía en el Celia Viñas, siempre pendiente de que todo saliera como tenía que salir. Se ha ido ese almeriense cordial, ese rostro siempre afable dela vieja estación de autobuses. Se ha ido Baltasar y se ha llevado en el último viaje, de compañera, una camiseta rojiblanca del Athletic de Bilbao al lado, su otra gran pasión en su fértil vida.