Era el concejal tranquilo, el que no perdía los nervios, en la casona consistorial de la Plaza de la Consitución. Era hombre pausado, a cámara lenta, pero tenaz en su argumentario, al que no se le olvidaba nunca un renglón en los plenos o en sus intervenciones ante el micrófono en la emisora de radio. Fue durante años el opositor de Antonio Llaguno, cuando el PSOE gobernaba a sus anchas en el consistorio cuevano, antes de la era Caicedo.
Allí estaba siempre Julio, sentado en su escaño de madera, sereno, recto, como el que está haciendo un crucigrama, bajo el retrato del General Sotomayor, entre otros ediles de la época como Paco García Marín, María Caicedo o el médico Baltasar de Haro. Siempre dispuesto a debatir sobre los morosos de Galasa, sobre las Normas Subsidiarias en Aljarilla o Palomares o sobre los días más convenientes para celebrar San Diego. Julio Rull, de apellido con rigen catalán, fue siempre un hombre del Partido Popular, cuando el PP en Cuevas del Almanzora no era precisamente una balsa de aceite y se escindió en el PIE. Pero tras la tempestad de María Dolores Tamayo, siempre aparecía la calma de Rull. Tras años bregando en la oposición toco pelo de poder como concejal de Hacienda, presidencia y de Seguridad Ciudadana. Después dio el salto como diputado provincial a la calle Navarro Rodrigo. Hasta que también le tocó navegar con vientos difíciles, con la escisión de gobierno entre José Añez y Gabriel Amat. Decidió marcharse, junto a otros como, María Muñiz, Francisco Amizián o Ana Toro, quedándose solo Añez con Angel Díaz, Antonio Torres y Ginés Martínez Balastegui, otro lhijo de las tierras levantinas como él.
Julio, hijo del jefe de Extensión Agraria de Cuevas del Almanzora, nació entre papeleos sindicales de los labradores, entre demandas de agua para regar esas tierras resecas como calaveras, que dieron sepultura al poeta Sotomayor
A pesar de su aspecto sobrio, mesurado, uno lo recuerda también hace años en la cubierta de un bateau francés, navegando por un río del sur, bailando con un turbante en la cabeza, entre hermanos africanos de Tombuctú y galos de Saintes, ante un paisaje de vacas en la orilla rumiando hierba fresca.
Un infarto devastador ha acabado con la serenidad del concejal tranquilo de Cuevas, con solo 56 años, al que hace solo unos día veíamos consumir un refresco en la Cafetería Colón de Almería, ajeno a lo que se le venía encima.