El americano al que cautivó Mojácar

Manuel León

Tito del amo

  • La Voz
Con los años se le fue plateando la melena que era rubia como una panocha de maíz a este californiano espigado, con porte de actor de Hollywood, que llegó a la Mojácar de los cántaros de barro y las leyendas de Carlos Almendros hace ahora justo medio siglo. Llegó Jaime Carlos Tito del Amo hasta ese palomar, en 1966, y ya nunca más se quiso ir. Fundador Fue uno de los fundadores de esa Mojácar reinventada, que buscaba salir del olvido y de las casas derruidas, que se iba cocinando a fuego lento, con la sonoridad del alcalde Jacinto atrayendo como un imán a personajes que lo iban a dar todo por ese pueblo: pioneros como Rafael Lafuente, el pianista Enrique Arias, el diplomático Rafael Lorente, el torero bienvenida y tantos otros. Allí encajó sin calzador, en ese rompecabezas de razas y credos, que era entonces la ibicenca Mojácar, el joven Tito, con 22 años recién cumplidos. Mojácar lo cautivó antes incluso de conocerla, a través de las imágenes que le creaban las palabras de su hermano André, periodista de la United Press International, que acababa de estar en la zona informando del accidente de las bombas de Palomares. Tito llegó con un macuto a pasar solo unas semanas, pero terminó quedándose toda la vida. Se compró una casa cerca de la fuente amortiguada su blancura por el rosa de la buganvilla trepadora, cuando solo habían llegado una docena de extranjeros. Era un hippy entonces Tito, en una patria donde las mujeres aún se tapaban el rostro, un elemento exótico llegado de la tierra del oro norteamericano a esa España aún franquista, pero abierta ya a las divisas de los turistas, a la marihuana y a la psicodelia. Este hombre, de corazón mojaquero, nacido durante la II Guerra Mundial, tuvo que hacer su propia guerra en Almería: la agencia de su hermano lo contrató para hacer el seguimiento informativo de la búsqueda de la bomba desaparecida en Palomares y de las labores de embarque de los bidones de tierra contaminada. Le pagaban 500 pesetas diarias, una fortuna entonces, y se alquiló un 600 para ir hasta Murcia y darle los carretes de fotos al maquinista del tren a Madrid. Mojácar estaba en ebullición, con grúas, con ladrillos, con Jacinto regalando solares, con el arquitecto Puig haciendo planos y con la playa transformándose también, con chiringuitos como el Kon Tiki, y el Parador. Era la costa mojaquera aún una larga lengua de tierra rojiza deshabitada, pero Tito contribuyó a darle un poco más de vida con ese espacio mágico, legendario, el Tito’s, un bar de música y conciertos en directo que levantó sobre el cortijo de Las Ventanicas. Por ese templo musical de la transición pasaron gente como Jorge Pardo y Miguel Ríos, a quienes ha conservado como amigos hasta el final de sus días tras sus estancias en Casa Piña. Libertad Tito’s fue durante años sinónimo de libertad, de convivencia para la juventud de la comarca, en unos años de cambios, en los que Mojácar era un centro de modernidad y Tito un chamán de voz reposada, que pinchaba la mejor música del continente. Tuvo tiempo también de apoderar con su esfuerzo y dinero al torero inglés Henry Higgins que se estrelló en vuelo libre. Fue un firme defensor, obsesivo incluso, del origen mojaquero de Walt Disney, a quien conoció en sus años juveniles en San Francisco y dedicó muchas horas a investigar este misterio aún no resuelto. Se ha ido Tito, uno de los grandes de Mojácar, de la Mojácar más cosmopolita, el promotor de Titos, ese universo musical de paz donde los jóvenes prebotellón del Levante almeriense bailaban hasta el amanecer mientra un tío de cabellera vikinga seleccionaba música celestial.