Carmen Utrera, musa del Dr. Muley

Carmen Utrera

  • La Voz
Federico Utrera “El innombrable” es una genial novela del dramaturgo y novelista irlándes Samuel Beckett, además de una artesanal editorial aragonesa que ha publicado alguno de mis libros, y “la innombrable” es la enfermedad de nuestro tiempo que con el mismo misterio más muertes ocasiona hasta el punto de constituir ya una epidemia mundial. Este viernes falleció Carmen Utrera Soler en Sevilla, pintora clandestina, cantante ocasional y bailaora espontánea. Era nieta del político y alcalde abderitano Francisco Soler, líder del Partido Liberal y apadrinado por Natalio Rivas, hija del Dr. Federico Utrera y pareja del Dr Juan Martínez Muley, del que enviudó cuando en la edad de oro de su matrimonio le rendía pleitesía como musa, madre y esposa. Quiso el destino que fuese una noche de San Juan, que tantas veces celebró en su clínica del Zapillo, la elegida para su último viaje. El sepelio se celebrará este lunes a las 20:30 horas en la Iglesia de San Pedro de Almería, ciudad en la que residió la mayor parte de su vida tras pasar su infancia en Adra y su adolescencia en la Compañía de María. Era hermana de Elisa Utrera, quizás la primera aspirante a actriz de variedades que hubo en Abdera, también de Ana Utrera, farmacéutica y una de las primeras universitarias de la provincia, y del Dr. Arturo Utrera, que falleció en Adra tras una vida consagrada a la ginecología en Madrid y residiendo en la Urbanización Vírgen de Icíar de Majadahonda. Esta estirpe de personas libres e ilustradas, poco prejuiciosas y nada dogmáticas, pierde a otra de sus integrantes. Se despidió con la discreción que caracterizó su vida, la generosidad que desprendía su alma y el cariño con el que hasta el último segundo obsequió a sus hijos, nietos, amigos y demás familia. Pierden así para siempre no solo a una gran persona sino a una magistral gastrónoma que encumbró a la ensaladilla rusa y reinventó el conejo al ajillo. Que esta familia de médicos y farmacéuticos por las dos ramas tenga entre medias de ellas a un periodista que concluya sus labores redactando necrológicas porque inesperadamente torció su destino cuando estudiaba Medicina en Granada, solo demuestra que la humanidad se libró de una de sus peores plagas. Y que a cambio aceptó con resignación otra más benigna. Desgraciadamente no la única ni la última, de ahí que su hijo tenga que ejercer de escribano para denunciarla e impugnarla. Con el corazón triste y los ojos vidriosos, descanse en paz.