Muchos almerienses deben a Manolita Chen haber visto las primeras piernas desnudas de mujer, el primer descaro sobre el escenario. Entonces, muy entonces, el ambulante Teatro chino que llegaba cada año a la Feria-con los baúles acuestas como los zíngaros de Macondo- y que se apostaba en el Ferial o en el Tiro Nacional era como el pan de los pobres, la ilusión de una ciudad risueña y sureña por ver corpiños ajustados como los del Oeste americano, enanos extravagantes, humoristas de garrafón o lanzadores de cuchillos. Manolita, desde la feria de 1954 y hasta 1977 acudió una docena de veces a Almería con toda su troupe, a alegrar los corazones de los indígenas en una época generosa en aplausos para los artistas, en la que hacer reír o levantar el ánimo masculino costaba bien poco. Uno oye a los ahora sesentones y setentones almerienses rememorar el Teatro Chino de Manolita Chen como una de las rayas en el agua de sus veranos: cuando la artista llegaba con su elenco de lentejuelas, como llegaban los concursos de bebedores de cerveza a la Plaza de los Pitos, los Festivales en la Alcazaba, los Gigantes y Cabezudos o los toreros y su cuadrilla haciendo el Paseillo desde el Hotel Simón. Hubo un tiempo en esa Almería, en esa España lejana, en el que Manolita Chen y su Teatro Chino lo fue todo o casi todo. Tanto, que hasta le salían usurpadores como un travestí del Paralelo barcelonés que le hurtó el nombre porque la vedette nacida en el barrio de Vallecas no lo había registrado. Muchos almerienses recuerdan a esa Manolita de los tiempos del blanco y negro como una hembra colosal, con una gracia pícara que hacía palidecer a Carmen Polo de Franco. Pero con esa gracia especial, con esa censura siempre a la espalda, con esas ligas bordadas, con esos miriñaques sobre el escote, con bien poco en definitiva, hizo soñar a cientos, a miles de almerienses -solteros, viudos o casados- de la época. Lo mismo cantaba cuplés guasones sobre el escenario que revisaba hasta el último bordado de sus bailarinas. En sus números hubo almerienses como los músicos Juan y Antonio Bisbal, el cantaor Antonio de Almería o Mari Fe de Triana, con raíces en Fines. Fue la reina del Teatro ambulante en esos tiempos y su maleta hizo tantos kilómetros que el baúl de la Piquer. Con los años se fue apagando su estrella: ya no era necesario insinuar cuando llegaron los 70, cuando llegó el destape y ella y su arte ingenuo se fueron retirando a los cuarteles de invierno. Después seguía llegando a Almería, al Cervantes, el Teatro Chino, sin ella, bajo el mando de Antonio Encina, pero ya no fue lo mismo. Acaba de morir casi olvidada, con 89 años en una residencia sevillana, Manolita Chen, esa que tanta calentura despertó hace mucho tiempo en nuestros padres y abuelos.