Muere uno un poco -decía Galeano- cada vez que le cambian un paisaje, cada vez que ya no ves lo que crees que estaría para siempre y, sin embargo, un día desaparece y se va.
Pasará pronto con ese porche del Malecón, junto al Andalucía, junto al antiguo Barrio Perejil del Malecón, donde ya no veremos más a Pepe Fuentes en esas tardes y noches infinitas del verano, regando las plantas o leyendo libros en vigilia bajo el brillo de una lamparita; ya no lo veremos más en esas improvisadas tertulias al arrullo de las olas, viendo pasar forasteros por delante, oyendo graznar a las gaviotas coronando los barcos al entrar por la bocana; ya no veremos más a este farmacéutico con alma de poeta, a este garruchero hasta las trancas, que se acaba de ir con mucha vida vivida, con mucha historia en su cabeza que sabía transmitir como pocos.
Se ha ido Pepe, con 91 años biológicos y no más de 40 de corazón: porque Pepe Fuentes, mientras tuvo fuerzas, y eso lo saben quienes le conocían, era un mar de proyectos. Daba igual si realizables o no, si disparatados o sensatos, si juiciosos o frívolos. El maquinaba y maquinaba por el ‘Gran Garrucha’ como le gustaba decir: ‘yo me iré pronto muchachos, ahora sois vosotros los que tenéis que trabajar por Garrucha”. No tenía más obsesión que su Garrucha. Y lo mismo un día traía a un ingeniero y presentaba un proyecto para soterrar el Malecón, que otro planeaba traer los cañones del Museo de la Marina de Madrid al Castillo de Jesús Nazareno o se le ocurría planear una residencia para artistas europeos en la zona alta del pueblo. Era así, Pepe, como un jovencillo que creía que nunca se iba a morir; era así, un boticario que nunca quiso ser boticario. Pero lo que a este alma libre más le conmovía era la música, la composición, la escritura de canciones para ser cantadas bajo la luna, boleros y habaneras donde aparecían mujeres de grandes ojos, barcos de vela navegando en la bahía y playas de fina arena.
Este verano, en el Castillo de Garrucha, frente a la playa donde nació, sus familiares, sus paisanos, sus amigos, le rindieron un cálido reconocimiento a este entrañable José Fuentes que al menos se ha ido pletórico por ese reconocimiento en lo que, dijo, fue una de las noches más felices de su vida. Allí se cantaron, por fin, las canciones que había ido componiendo en cuartillas amarillentas a lo largo de toda su vida.
A Pepe Fuentes - con bigote nevado que en su tiempo fue oscuro aunque no lo crean-con el alma aún del niño que colecciona cromos- lo hemos visto caminar despacio por el Malecón con su bastón, como un poeta mediterráneo, mirando las olas, siempre con una copla de su juventud aflorando en los labios.
Formó parte durante décadas del paisaje estival de esa rada que se repartían salomónicamente Vera y Mojácar hace unos siglos ya, a la que siempre ha vuelto, aunque en realidad, sin él saberlo, nunca se había ido. Nació en la calle Hernán Cortés de Garrucha en 1925. Su abuelo, Pepón Fuentes, vino de Carboneras a Garrucha a principios del siglo cambalache como ejecutivo de cuentas de Simón Fuentes Caparrós, el Rey del esparto.
Su padre abrió farmacia en la calle Mayor de Garrucha y allí, entre fórmulas magistrales y jarabes, se crió Pepe, allí espiaba con curiosidad infantil las tertulias vespertinas en la rebotica con los próceres del pueblo. Allí conoció al Vila, al Místico, a Paco el Feo, al tío Faroles y a otros personajes legendarios en esa Garrucha que ya empezaba a transformarse en una Pequeña San Sebastián, a caballo entre el lujo y la miseria.
Se fue a estudiar a Granada y abrió farmacia en Murcia, que compatibilizó con una fábrica de conservas que terminó vendiendo a Orlando. Fue impulsor del Club Náutico, promovió viviendas para farmacéuticos y realizó enormes esculturas en bronces que presiden plazas en Garrucha, Almería y Murcia.
Pero su pasión era la música y ha muerto como uno de los compositores más veteranos de la Sociedad General de Autores. Descansa en paz, amigo Pepe.