Falleció, a sus 38 años, en su puesto de trabajo, en su invernadero, que era la prolongación de su vida, de sus esfuerzos y de su felicidad, llevándose su ronrisa, su bondad, sus palabras cordiales y expansivas, su amabilidad y su generosidad. Dinámico, apasionado por los productos que cultivaba con una entrega propia de la ilusión de un niño, orgulloso de su quehacer diario junto a sus padres y a su hermano, Francisco Jesús, a quienes adoraba y de quienes presumía con total justificación.
En La Cañada, donde creció y se formó le recordarán con cariño. Sus retos, sus bromas, su caracter inconfundible quedan ahí en sus calles, en los corros de sus gentes, como parte de la memoria de un pueblo esforzado que ha conseguido que una tierra se vonviertiera en vergel y sea futuro para todos aquellos que siguen el ejemplo de “Juan Rey”.
Sus amigos del Bar La Salada, a donde acudía para charlar, para reir, para bromear, para compartir horas de descanso con sus numerosas amistades le echaremos de menos. Su energía desbordante, su amplia sonrisa continuará siempre presente. Siempre, amigo del alma de tantas horas felizmente compartidas. Siempre decía siempre, era su palabra mágica, su amuleto, la que acompañará los recuerdos de su familia y sus seres queridos.