Hace muy pocas horas, a una profesora del IES “Alborán” se la ha llevado una sigilosa enfermedad. Alguien debe acordarse de lo que hizo y darle las gracias y dejarlo por escrito para que la huella de su paso por el mundo siga ahí cuando ya no estemos los que la conocimos. No trabajamos para que se nos recuerde, pero qué cosa mejor que dejar un eco de nosotros mismos vibrando eterno entre la armonía de las esferas.
En este país de desagradecidos, parece que solo se puede hablar de los docentes para criticarlos, para protestar por sus vacaciones, para quejarse de sus sueldos, de sus horarios, de su dedicación y de sus actitudes. Sin embargo, un profesor es mucho más que eso. Incluso, en realidad, no es nada de eso. Un profesor es alguien que ha aceptado por toda misión en la vida intentar hacer que los alumnos que cada año se le adjudican aprendan y aprecien su asignatura. No ha elegido el camino de la fama, ni el del reconocimiento, ni siquiera el del cariño, sino el de educar ciudadanos.
¿Cómo describirla? Yo en ella encontré mucho más que una simple compañera; sus alumnos, mucho más que solo una profesora. En su caso, todos sabíamos de su energía, que era genio y exigencia en el aula, afecto y apoyo decididos en los pasillos y el patio, voluntad de mejora y espíritu de entrega en la sala de profesores, compromiso a manos llenas. Quienes la conocíamos ya estábamos acostumbrados a verla llegar al Instituto con prisas, protestando de todo, poniéndose el mundo por montera y avanzando por entre las nubes de alumnos a enseñar su adorada lengua francesa.
Era la asignatura con la que trabajó codo con codo en el Departamento de Francés para convertir el Proyecto Bilingüe del IES “Alborán” en un referente de la enseñanza pública andaluza y española, como ha reconocido y premiado el Gobierno de Francia. El gran equipo humano y profesional de este Proyecto (Maribel, Norberto, María Dolores y tantos más) se ha quedado sin una compañera y amiga insustituible. El Centro ha perdido a una profesional auténticamente comprometida. Sus alumnos se han quedado sin una profesora que en el aula siempre les pedía más y sin una persona que fuera de ella era cercana y hasta maternal.
Ella, resistente como los olivos de su Úbeda natal, estricta consigo misma y con los alumnos, cargada de fuerza, compromiso, cariño e interés por sus estudiantes, llena de vigor pese a todo y dispuesta a protestar a la vez que a mejorar lo que fuera necesario, acaba de dejarnos. Pronto, muy pronto, demasiado pronto, mucho antes de acabar… nos hemos quedado sin ella. Esta tarde de invierno, mientras su familia le da el último adiós, quiero recordarla, dejar constancia de quién fue y hacer público cuánto le debemos todos. Sirvan estas palabras como homenaje a ella y a todos los compañeros docentes que por culpa de la negra Parca no llegan a disfrutar de una merecida jubilación. Deseo, de todo corazón, que en su recuerdo encuentren consuelo su familia y todos los que somos sus compañeros y amigos.
Ana Baldán, profesora, madre, esposa, amiga, no nos olvides.