El sabio refranero español dice ‘líbrate del día de las alabanzas’ pero en este caso cualquier calificativo que pueda emplear en estas palabras ya ha sido comentado cuando aún estaba entre nosotros mi buen amigo y compañero, Rodrigo. Se ha ido en Cuevas del Almanzora Rodrigo Márquez Navarro, para mí, ‘Rodriguico’ y para mucha gente que lo conocía, de manera cariñosa y nada despectiva, ‘El manquico’.
En su faceta docente, MAESTRO con mayúsculas, supo llegar al alumnado de una manera que hizo que muchos de ellos lo recuerden con mucho cariño y respeto a la vez, y no sólo se conformaba con el programa o currículo oficial que había que impartir en el aula, sino que muchas tardes dedicaba su tiempo a los jóvenes para que practicasen deporte de tal manera que fueron muchas las horas de entrenamientos, y durante los fines de semana compitiendo por distintos municipios con sus equipos.
Fueron tiempos en los que no mirábamos el reloj, todo consistía en hacer felices y que el deporte fuese una enseñanza más para gran parte de esos jóvenes. Muchos recordarán los grandes equipos de voleibol que logró formar y que destacaban en aquellos juegos escolares o más tarde, juegos deportivos municipales o comarcales, y siempre con el objetivo de inculcarles una manera noble de competir. Que interesantes jornadas finales vivimos en el extinto ‘Hotel la Parra’, en la carretera de Almería hacia Aguadulce, cuando concentraron a todos los equipos finalistas de los distintos deportes, y allí estaba el bueno de Rodrigo con su equipo de voleibol, junto al nuestro de fútbol, conviviendo de una manera sana y noble y creando un clima de amistad que era envidiable.
No puedo pasar por alto uno de los episodios más felices y simpáticos vividos con mi gran ‘Rodriguico’, fue recién aprobadas las oposiciones de magisterio, justo el día que nos dieron la última calificación, a partir de ahí ya éramos funcionarios de carrera, y en su viejo vehículo, con el que hubo que parar en Sorbas hasta que se enfriase para proseguir la marcha hacia Cuevas (aún no teníamos la autovía). En ese viaje, ‘Rodriguico’ no paraba de repetir durante todo el trayecto ‘Somos dos señores’, frase que acuñamos ese día y cada vez que nos veíamos, junto a un entrañable abrazo, siempre la repetíamos.
Pronto te has ido, compañero del alma, ahora que los dos jubilados hubiésemos compartido algún rato más y hubiésemos sido aún ‘Más señores’. Te voy, te vamos a recordar muchísimo porque has dejado una huella indeleble como profesional y sobre todo como una encantadora y excelente persona. Este entierro de la sardina todos nos acordaremos de tí y de tus buenos ratos con el resto de ‘viudos’.
Que Dios te tenga en la Gloria, Rodriguico, descansa en Paz.