Llega otro diez de diciembre...aunque todos los días son ese día desde que te fuiste. No hay consuelo alguno. Parece que el tiempo no cura las heridas, al menos ésta...siempre te tengo presente y te echo mucho de menos, cuando hay algo que celebrar, y mucho más cuando hay algo que llorar.
El calor de una madre es único e irrepetible, sentir tu abrazo, calmando cualquier dolor, esa mirada de cariño y comprensión, esa voz que te susurra que no estás sola. Y todo desaparece, fue un sueño precioso del que uno no quisiera despertar.
La triste realidad es que no estás. Hace ya tres años que el tiempo se detuvo. Ya no puedes disfrutar de tu familia, de tus amigos, de tus bailes...todo aquello que te hacía sonreír, que te hacía ser feliz y a todos los que compartíamos contigo esos momentos. Todo se terminó al perderte.
Aunque no quiero pensar que todo es tristeza. A veces me sorprendo al darme cuenta de que los hijos terminamos siendo como nuestros padres. Sonrío al comprobar que hago las cosas como tú, los años me llevan a heredar lo mejor de ti y doy gracias por haber tenido la suerte de tener una madre como tú, buena, alegre, con un gran corazón, luchadora y con muchas ganas de vivir...
Lástima que la vida no quiso regalarte más tiempo. Quiero pensar que aquí no acaba todo, que hay algo más y estás en un lugar mejor, siendo todo lo feliz que te mereces.
La vida no es como queremos, es como es. Por eso es difícil entender que se vaya una persona tan buena y tan maravillosa como tú, Mamá, que no hayas tenido la oportunidad de disfrutar más de la vida. Es muy injusto.
Allá donde estés, te mando todo mi amor. Y no olvides que te echo mucho de menos y te llevo siempre en mi corazón. Gracias por ser lo mejor de mi vida. Te quiero mucho Mamá.