Un día, siendo niño, se pegó un porrazo tremebundo con la bicicleta al tirarse por el Barranco de la Grea de Garrucha y cuando fueron a socorrerlo bajo una nube de polvo, lleno de magulladuras y arañazos, levantó el puño y soltó la frase legendaria que ya le perseguiría toda su vida: “Germán nunca muere”.
Ahora hemos sabido que ese ripio, tan célebre en el pueblo, no era verdad, que la muerte también se ha llevado a Germán, un hombre más bueno que el pan , que ganó mil batalla a las enfermedades, pero que no ha podido con la última.
Desde siempre los vimos con su bicicleta de tres ruedas recorriendo las calles del pueblo, hablando con la gente, parándose en la Fuente Amores o subiendo hacia la Alta Yesera o camino de la Cañá Flores a por brevas con un canasto en la mano o a por lapas a la Piedra mojaquera o a por juncos al río.
Nació en un cortijo, en La Mata de Mojácar, donde ayudaba a su familia a pastorear el rebaño de cabras y después a vender la leche en cacharras de metal. Germán, entonces, se sentaba en una piedra a observar cómo ramoneaba el ganado, a mirar al cielo, a escuchar los sonidos del campo.
Después se avecindó con su familia en la calle Moratín, la calle de los Salivillas, y con esa fértil familia ha ido compartiendo ‘Germán nunca muere’ sus días, sus años, su tiempo infinito -no podía trabajar por un padecimiento- y con ellos preparaba paellas y carnes a la brasa en el merendero de los Pinos del Coto.
También era frecuente verlo en el bar de Pedro Cortés, el antiguo Bar Cabra, compartiendo café y tertulia con los clientes, allí, en una de esas mesas que Pedro saca a la calle en los días de verano o en el interior del local, en los días de invierno. En ese bar tan genuino de Garrucha pasaba sus ratos Germán y antes aún en la sala de juego de abajo, cerrada hace muchos años, viendo al Chorrete, al Migueleas, al Quique o a Pepe el Telegrafista jugar al billar o al Caraco al futbolín, delante de la máquina de discos, al lado de la barra donde Pedro el Medio Quilo ponía Sol y sombras. También fue asiduo de La Mezquita que regentaba Diego, cuando allí sonaban mucho las canciones de Chiquete -que también se acaba de ir- y de Bordón 4.En los últimos tiempos se aficionó a disfrazarse en carnaval, con lo serio que parecía, y lo vimos desfilar un año vestido de Papa Francisco con su mitra y otro camuflado de Popeye.
Los niños de Garrucha, en el fondo, siempre supimos que no era verdad eso de que Germán nunca moriría, eso de que era inmortal, pero, como los Reyes Magos y los padres, siempre nos quedaba un poco la duda. Se ha ido demasiado pronto Germán, con solo 54 años, este vecino anónimo, este buen tipo, que formó parte hasta hace unos días del paisaje humano de Garrucha.