El hombre que cuidaba de la salud en el barrio de Araceli

Tony Fernández

Emilio Ortega León

  • Tony Fernández

Esto lo firmaría cualquier vecino de los barrios de Araceli y Piedras Redondas. Esos vecinos que salían a la calle para hablar de la muerte de Emilio el de la Farmacia. Porque todos la conocían por el hombre servicial y amable que tanto hizo por sus vecinos. Tenía dueña la Farmacia: pero era de Emilio.


Un chupete

Cuando mi mujer me dijo que estaba en la UCI se me vino a la memoria aquel día que mi suegra, Loli, me mandó a la Farmacia de Emilio a por un chupete para mi hija Copy. Allí, detrás de un mostrador alto de madera con piedra de mármol estaba Emilio para atenderme, como a todos sus vecinos.


En la Farmacia de Emilio se pesaron mis tres hijos y mis dos nietos. Emilio era una garantía para su crecimiento y nos vendía las papillas que llegaban en promoción para ahorrar dinero.


Las cuentas

La Farmacia de Emilio siempre estaba llena de clientes y cuando tenía un hueco cerraba la puerta y se acercaba a tomar la tensión a un vecino o a llevarle las medicinas a una vecina que estaba en la cama y no podía desplazarse. Porque con Emilio nacieron, crecieron y murieron muchos vecinos.


Esos que ayer por las calles de Araceli recordaban cuando apuntaba Emilio el de la Farmacia en la ficha las últimas medicinas que no cobraría hasta primeros de mes porque en Araceli (a mucho orgullo) se compraba ‘fiao’ y esto Emilio lo sabía y ayudaba a todos.


La emisora

En la Farmacia de Emilio se sabía todo. Se enteraba el primero de los embarazos, los nacimientos y de las muertes de unos vecinos tan queridos para él y a los que en su mayoría vendió las últimas medicinas que le aliviaban el dolor. Allí en la Farmacia de Emilio se sabía todo y se arreglaban las rencillas entre vecinos (que las había) al amparo de un hombre bueno que siempre hizo el bien y dejó su huella de servicial entre unos vecinos a los que atendía como parte de su familia que era, y lo era de verdad.


Uno creía conocer a Emilio el de la Farmacia pero me quedé corto cuando me contaban todo lo que hizo por su barrio. Porque sin ser de Araceli ni vivir allí, era el prototipo de vecino honrado y trabajador de este barrio, como cualquier otro de nuestra Almería.


Era entrar a por un chupete y preguntarte por la familia. Era cruzar la puerta de la farmacia y recibir ese cariño que uno necesita para vivir. Yo me sentía querido a su lado.


La familia

Emilio el de la Farmacia no solo era bueno con sus clientes de Araceli ya que hizo mucho por su familia. Yo no lo sabía pero me enteraba ayer de lo que luchó por los suyos y de sus desvelos para que nada le faltara. Era bueno en todos los sentidos y detrás de su carácter serio y profesional había un hombre bueno que hizo tanto por los demás que tengo la sensación de que lo han llamado del Cielo porque lo necesitan más cerca de Dios. No les voy a contar todo lo que me han dicho de él por falta de espacio, pero se me rompe el corazón por no tenerlo cerca para agradecerle todo lo que hizo por su barrio, por mis suegros, mis cuñados, mis hijos, mis nietos...

Cualquier vecino de Araceli podría hacer mejor el obituario que yo dado que uno iba de paso a la Farmacia de Emilio. Qué pena más grande había el domingo en el Barrio de Araceli. Cuánto querían los vecinos a Emilio, cuánto.


La Radio

A Emilio el de la Farmacia le gustaba el coche amarillo de la Cadena SER, la Unidad Móvil. Cuando la veía pasar por la puerta y la aparcaba en la acera de mi suegra salía y me preguntaba: “¿Ya te vas para Córdoba?, o Málaga o Granada. Cuántos catarros me curó Emilio y cuántas cajas de pastillas para la garganta me recetaba...


Le gustaba mucho la radio y era un oyente fiel de la Cadena SER y se ‘tragaba’ los partidos del Almería con enorme pasión. Un día, cuando escuchó a mi hijo Carlos por la radio me comentaba que: “lo he tenido en los brazos y ahora mide casi dos metros y lo escucho por la radio, nos están haciendo viejos”. Yo notaba que me apreciaba mucho tanto como yo a él.


El último mensaje

La Farmacia de Emilio se cambió de sitio y creo que de dueños, pero con Emilio dentro. Los vecinos siguieron fieles y un día mientras mi mujer pagaba con la tarjeta a una dependienta hablamos (como siempre) de fútbol y de mi hijo Carlos que se había comprado una casa cerca de la suya. Una alegría para Emilio el de la Farmacia porque estaba tan cerca que “cuando vayas por allí nos damos una vuelta y hablamos de fútbol”, yo encantado de ello, pero me quedé triste cuando me dijo: “ya no me vas a ver más el pelo porque me jubilo y la próxima vez que vengas a la farmacia ya no estaré yo”.


Y en eso estaba, con los papeles de la jubilación cuando le llamó Dios desde el Cielo porque si el Cielo existe es para que personas como Emilio el de la Farmacia suban a el.


Araceli tiene rabia por lo que le ha pasado a Emilio. No se esperaban este final. Pero es que Emilio no ha muerto, vive en nuestros corazones.