Con la misma frialdad con que irrumpe la muerte en la vida de nuestros amigos me entero por mi hermana Amalia de la noticia –fría como el mármol- del fallecimiento por demás inesperado de Luis Góngora Sebastián, arquitecto, hijo de arquitecto, hermano de arquitecto, padre de arquitecta y brillante eslabón de una de las dinastías de esta profesión más prestigiosas y conocidas en Almería, desde que el fundador del Estudio, el inolvidable don Antonio Góngora Galera se iniciara al término de la guerra civil en el arte de dar vivienda, de crear hogar en definitiva, a tantos vecinos que bien habían perdido la suya o que iniciaban una nueva vida en familia.
Luis Góngora, desaparecido a la temprana edad de 66 años, perteneció a una generación de almerienses que tenía que ganárselo todo día a día y así lo hizo en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid obteniendo su licenciatura en 1981 para ingresar pocos meses después en el Colegio de Arquitectos de Almería, y ganar por oposición una plaza en el Catastro del que más tarde pediría la excedencia para dedicarse al estudio compartido con su hermano Antonio y con su hija Carmen Góngora Carmona y con su sobrina Mar Góngora Gómez-Angulo. Todo un ejemplo de dinastía familiar presente en el desarrollo urbanístico de nuestra ciudad desde los primeros años cuarenta.
A Luis se debe, entre otras obras de fuste, la urbanización del tramo superior de la Rambla de Belén, bellamente ganada al viejo cauce para disfrute de los almerienses, y otras muchas realizaciones como las viviendas del proyecto municipal Almería 21, camino de la Molineta, y una densa cartera de trabajo repartida por toda la ciudad. Mención especial merecen los tanatorios de Roquetas y de Almería. Éste último recreado como un espacio donde no va uno a encontrarse con la muerte sino con la luminosidad y la empatía de un edificio pensado y construido con arte singular muy ajeno a la idea de esos lugares para dar el último adiós a los seres queridos. Acaso cuando Luis Góngora dibujaba este edificio sus lápices y sus ordenadores estaban impregnados de esa bonhomía, de esa alegría y de ese saber estar por la que se hacía querer entre todos los que tuvimos la suerte de tratarlo.
El Colegio de Arquitectos de Almería, en cuya histórica nómina hay muy relevantes profesionales que han contribuido a lo largo del tiempo al desarrollo de una ciudad antes reducida a un viejo casco en torno al Paseo del Príncipe y algunos barrios periféricos manifiestamente mejorables, pierde con Luis Góngora Sebastián una figura respetablemente señera del viejo oficio de la construcción devenido en arte y santo y seña de las ciudades.
Todos los amigos de la familia Góngora (Antonio, Pilar, Emilia, Carmen y Luis), desde los felices tiempos en que jugábamos en la calle Dolores R. Sopeña, cuyas casas unifamiliares diseñó su padre, y más cientos de amigos del bueno de Luis, lloramos hoy su último viaje, tan imprevisible como doloroso, al estilo de como su homónimo don Luis de Góngora lo dejó versificado: “Suspiros tristes, lágrimas cansadas / que lanza el corazón, los ojos llueven”.