A Trina de Perceval

Jesús Ruz de Perceval

Trina de Perceval

  • La Voz

El pasado domingo falleció mi tía Trina de Perceval. Era la tercera hija de nuestro célebre artista Jesús de Perceval, Hijo Predilecto de Almería, fundador del Movimiento Indaliano. Vivió en su universo indaliano, en los paisajes y escenarios almerienses que dibujó su padre, ajena a lo mediocre y lo mundano, allí donde el tiempo se mide en unidades de cariño y el espacio está colmado de belleza. 


Trina, siempre inquieta y siempre buena, fue muchas cosas pero, sobre todas ellas, fue amiga incondicional y generosa, amante sincera de los suyos. Porque Trina quería a su manera pero quería de verdad, que es la mejor de las maneras. 


Le adornó siempre un despiste elegante -que es rasgo familiar- y una sorprendente fortaleza con la que venció, hierática y silenciosa, no pocas enfermedades. Mas no pudo vencer, como ninguno podemos, en la última batalla de la vida, que ella escogió afrontarla serena y tranquila, despreciando al dolor. No perdió tiempo en saber qué le ocurría, pues sabía que se iba, y decidió gastarlo amando, regalando una sonrisa.

 

Pocas horas antes de marchar, abrió los ojos y, al ver a su lado a sus hijas Trina, Carmen y Maripaz y a mi hermana Carmen -que es la cuarta de sus hijas- dijo orgullosa de ellas: “Ya estáis aquí las cuatro” Besó a sus nietos y, cuando se despidió de todos, se apagó lentamente para dormir el verdadero sueño de los justos. 


El dolor de ahora forma parte de la felicidad de entonces, a eso y a su recuerdo nos aferramos. Te fuiste, Trina, para quedarte siempre a nuestro lado.