Mi querido y añorado Conrado:
Hasta la más dura de las rocas es susceptible de pulir sus aristas cuando las fuerzas de la naturaleza las golpea sistemáticamente a lo largo del tiempo. Pero, es tal su fuerza, su valor que, permanecen estáticas ocupando su lugar en la naturaleza.
Así obra el paso del tiempo en el dañado corazón de quien pierde un ser amado. Día a día lo cotidiano alisa las aristas de nuestro dolor, ciertamente, pero el motor de nuestra existencia permanece latiendo y anclado al quehacer que nos toca vivir a los que nos quedamos rumiando nuestra dolorosa soledad.
Ya son catorce los años que han pasado desde que tu aciaga partida y mi corazón, como esa roca, va limando los ápices de dolor que experimenta cuando pienso lo que nos estamos perdiendo con tu ausencia. La bondad de tus acciones, la generosidad y capacidad para el diálogo, para la crítica constructiva, para la consideración de los errores y para el análisis de las acciones propias, son lecciones de las que nos nutrimos los que te tuvimos y quisimos.
No conocerás a tus nietos, no gozarás de tus hijos, ni me verás envejecer, al menos en la dimensión física que nos caracteriza. Tampoco nosotros nos llenaremos de tus consejos, tus caras de asombro, de enfado, de satisfacción…Por eso quisiera creer que, en algún recóndito lugar del inmenso y desconocido universo, tu alma vigila, siente o disfruta de los momentos felices y menos felices que experimentamos los que aún vivimos.
Sirvan, pues, estas palabras para honrar tu memoria y perpetuarla, al menos, mientras la naturaleza me permita hilar pensamientos coherentes que expresen la suerte que tuve de conocerte, amarte y admirarte. Descansa en paz.