Aquel jueves 25 de marzo mi móvil sonó antes de tiempo, una llamada demasiado tempranera para la dinámica cotidiana habitual, que sin necesidad de descolgar ya me estaba anunciando que te acababas de ir.
Ese momento tempranero tampoco te tocaba, Carlos querido amigo. Te has ido demasiado pronto y, aunque nunca es momento de morir, en la mente de todos los amigos que formamos ese compacto grupo del que tú eras el alma, nuestras cabezas habían hecho inconscientemente un borrado de tu enfermedad, como si nunca hubiera existido, como si nunca fuera a volver a aparecer, porque tu vitalidad y tu actitud divertida e incombustible así nos lo transmitía en cada reunión y en cada encuentro.
Que a todos nos tiene que llegar el momento es tan obvio como ridículo afirmarlo, pero lo que no lo es tanto, es la importancia de cómo te vas. Cuando se recuerda a quien se ha marchado y ese recuerdo hace nacer sonrisas e incluso carcajadas es porque el que se va, lo ha hecho bien. Siempre he pensado que el mejor legado que se puede dejar aquí es eso, que te recuerden con alegría y que tu actitud y tus obras hagan que dejes este mundo mejor que lo encontraste al llegar.
Sólo así puede entenderse el sentido de la siempre dolorosa muerte.
Decía mi admirado Chesterton que: “a cada época le salva un pequeño puñado de hombres valientes que tienen el coraje de ir contracorriente” y que “lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios, no es que ya no creen en nada, sino que están dispuesto a creer en cualquier cosa”.
Y me vienen a la mente estas dos frases evocando tu actitud ante la vida, siempre guerrera, crítica y políticamente incorrecta, pero a la vez constructiva y positiva.
Te echaremos mucho de menos, echaremos de menos tu compañía, tu apoyo incondicional, tus dichos y chascarrillos con los que tanto nos reíamos y tan buenos ratos nos han hecho pasar, pero tu recuerdo estará siempre con nosotros.
Cuidaremos de tu fiel y amada esposa, Encarna, a quien mi mente no me permite disociar de tu persona, y también de la niña de tus ojos, la dulce Natalia.
Como creyente que soy, sé que en estos momentos ya estarás allí arriba y nos verás y sonreirás. Eso sí, con otros ojos y otra sonrisa.
Carlos, descansa en paz