Jesús Martínez Capel era una de esas personas en cuyo vocabulario no encajaba la palabra ‘rendirse’. Maestro de profesión, profesor de ilustres almerienses como su amigo Jesús Miranda Hita y tantos otros que pasaron por el Colegio La Salle, sentía una intensa pasión por todo lo que tuviera que ver con el tren.
Una pasión que le llevó a ser pionero en la pelea emprendida por Almería y un puñado de almerienses por conseguir que la provincia, que había sido una de las pioneras en la construcción de líneas férreas (las que se crearon a finales del siglo XIX para transportar el mineral desde las Minas de Alquife hasta el puerto de Almería), no se quedara atrás en los proyectos de modernización del ferrocarril.
Y bajo su impulso nació la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Almería (ASAFAL) de la que fue presidente hasta que ayer nos dejó. Asafal era Jesús y Jesús era Asafal. Su voz se oyó alta y clara antes de que los propios almerienses tomaran conciencia de que estaban perdiendo el tren del futuro y sus críticas siempre escocieron a los representantes políticos, más aún porque llegaban desde la razón y desde un convencimiento de la injusticia que se estaba cometiendo.
Fue un hombre de emociones y de convicciones, también de tender manos incluso con los que no comulgaban con sus ideas. Fue uno de los impulsores de la Mesa en Defensa del Ferrocarril desde la que transmitió la consigna de que Almería no podía perder la dignidad ferroviaria, no debía renunciar a lo que es, probablemente, la apuesta más importante de la Unión Europea de cara a un transporte más sostenible.
Así se lo transmitió a los representantes políticos de la provincia, a los andaluces, a los españoles y también a los europeos, cuando viajó a Bruselas con la Mesa del Tren para explicar lo que Almería quería, lo que merecía y lo que demandaba, y sigue demandando, sin desfallecer en el intento.
Pero Jesús era mucho más que la voz del ferrocarril, era un hombre ordenado, capaz de guardar en su casa hasta sus juguetes de niño, y en perfecto funcionamiento, o de convertirse en un concienzudo coleccionista de objetos relacionados con sus amados trenes, con una impresionante colección de sellos con estampas almerienses (fue vicepresidente de la Asociación Filatélica de Almería) y, por encima de todo, de amistades fieles, muchos almerienses que tuvieron la suerte de conocerle, de apreciarle y de ser apreciados por él.
De alguna manera dedicó su ‘vida laboral’ al sueño de los almerienses, porque fue el representante en Almería de la firma de colchones ‘Pikolín’, un producto que se encargó de llevar a todos los rincones de la geografía provincial donde los viejos colchones de ‘farfolla’ fueron sustituidos en muchos casos por los nuevos modelos ideados para el descanso.
Un almeriense de cuna y un luchador que ayer se despidió de la vida y nos dejó un profundo legado de conocimiento, de pasiones, de convicciones y, quizá lo más trascendente, de un compromiso con su tierra y con sus paisanos que con le ocasionaron más problemas que satisfacciones. Ojalá tuviéramos muchos como él. Descanse en paz.