Se nos ha ido ‘El Señor de los Vinos’, una triste noticia que, a pesar del dolor y la tristeza, se merece un brindis por el que ha sido durante muchos años el mejor embajador de esos vinos entre los que se movía con pasión, esos caldos que nos han acompañado en tantos y tantos buenos momentos.
Antonio Rueda vivía con intensidad cada momento, recibía con la mayor de las ilusiones la aparición de nuevos caldos, apreciaba la calidad de ese ‘zumo de uva enriquecido’ capaz de hacer las delicias de los que aprecian la excelencia de los buenos vinos. Se dedicó en sus primeros años de vida laboral al comercio de muebles, pero al iniciarse el Siglo XXI decidió seguir su pasión y consagró su vida al vino.
Era exigente y, de hecho, siempre sostuvo con orgullo que todos los vinos que distribuía en Almería eran de primera calidad y no se buscó halagos al rechazar esos otros que aún estaban lejos de conseguirla; “está mejorando, pero aún no está listo para engrosar la lista de los buenos de verdad”, solía decir.
Su pasión le llevó a ser amigo de la mayor parte de los grandes bodegueros y enólogos que se precian de estar en la élite del sector vitivinícola español. Nombres de triunfadores como Agustín Santolaya, Marcos Eguren, Javier Gramona, Gerardo Méndez, Andrés Proensa, Álvaro Domecq, Mikel Zeberio, José Gómez (Joselito), o Manuel Maldonado, mitos nacionales de la enología o la gastronomía que formaban parte del Universo de Antonio, un colectivo de gigantes proporciones y de fidelidades profundas.
Pero además Antonio destilaba amabilidad, respeto y cariño por aquellos que eran capaces de parir esos vinos, que al final se convierten en productos de culto, y también hacia aquellos otros que se deleitaban al consumirlos. Era algo más que estimular los paladares; su filosofía cultivada durante años indicaba que el vino “debe servir para hacer disfrutar a la gente, tener la capacidad de transmitir alegría, ser un hilo conductor de la amistad, porque no es común beber vino solo. Cuando abrimos una botella es para compartirla y, con ello, estamos creando un espacio de amistad”.
Por encima de cualquier otra consideración, era uno de esos grandes hombres capaces de dejar huella, de sumar amigos, fidelidades y generar corrientes de cariño compartido. Se le podría considerar el “padre del buen beber” en Almería. Así lo definía su buen amigo Agustín Santolaya, que pasa por ser el mejor enólogo español de los últimos años, autor de la máxima de que el vino “es la única forma dinámica de embotellar el tiempo”.
Los que tuvimos la suerte de entrar en su círculo de amigos le echaremos de menos, añoraremos esa otra forma de apreciar los vinos, de compartir una mesa, de vivir en directo la emoción de descorchar una de esas maravillas que salen de las manos de los enólogos y las bodegas.
Pero sobre todo recordaremos la humanidad de un hombre bueno, honesto, fiel a su vocación y a sus compromisos. No hay mejor manera de despedirlo que brindar por él, por su familia, sus amigos y ese mundo que él nos enseñó a disfrutar. Por ti por siempre, Antonio.