Adiós al ‘Bisa’ esa es la manera con la que quiero despedir a Andrés Romera Martín, tal como lo denominada Julia, su adorable biznieta con la que tanto se ha reído y gozado.
Andrés llegó al mundo en los comienzos de una primavera y se ha marchado en los inicios de otra primavera, noventa años después. Siempre hizo alarde de su Fondón alpujarreño, de hecho, como anécdota, no perdonaba una Navidad sin los exquisitos mantecados de Fondón.
No fue la vida de Andrés fácil, desde muy pequeño tiene que salir de su Fondón natal hasta Almería al quedarse su querida madre, Teresa, viuda y tener que criar a parte de su gran prole, nada menos que trece hijos vivos. En la capital vivía en los aledaños de la catedral y debido a que su madre era cocinera del hogar Alejandro Salazar, ubicado en la finca de El Canario, allí iba de pequeño a recibir clases y a tocar el clarinete con Don Alfredo Molina, formando parte de la banda de dicho hogar. Pero como muchas familias, muy joven aún se va para Cataluña ya que tenía hermanas casadas en esa región, y allí se tuvo que buscar la vida de mil maneras, trabajó de camarero, de zapatero remendón, en una fábrica de hilados en Ribes de Freser, o de aprendiz de fontanero, lampista como denominan allí a esa profesión, en la localidad de Alp. Su vida da un giro cuando conoce a Fina Ramón, su futura esposa, debido a la relación que ya tenían una hermana de él, Encarna Romera, con un hermano de ella, Pedro Ramón, Pedrín como todos lo conocían. A partir de ese momento se marchan a Puigcerdá, capital de la Cerdaña, comenzando él de fontanero, sobre todo en temas de calefacción, y su esposa en una sastrería debido a su arte con la aguja. Al final se independiza y desde entonces el Sr. Romera, como le llamaban todos, ha tenido una excelente fama, tanto en lo profesional como en lo personal. En Puigcerdá estuvo hasta 1982, año en el que regresa, junto a su mujer y sus tres vástagos, M.Antonia, M. del Mar y Andrés, a su Almería natal, ejerciendo de fontanero hasta su jubilación.
Cualidades Aunque dice el sabio y rico refranero español, líbrate del día de las alabanzas, no exagero al exponer cualidades por las que siempre ha sido admirado, serio, formal, educado, inteligente, con un magnífico talante para los demás, gran profesional, gran amante de la lectura y de la realización de pasatiempos, siempre ávido por aprender y estar informado, muy generoso y, sobre todo, un buen hijo, buen marido, buen padre, buen abuelo y buen bisabuelo. Todo ello sin estar exento, como dice el refranero, de genio y figura hasta la sepultura. Esa generosidad comentada hizo que su casa, y junto a su entrañable esposa, estuviera siempre abierta a todo el que necesitase algo de ellos, tanto en Almería como en Puigcerdá.
Muchas son las anécdotas y los momentos entrañables vividos junto a él, aprendiendo siempre de sus sabios consejos y de su experiencia. Muy duro fue el golpe de la falta de su esposa, tras lo cual se va a vivir con su hija mayor a la localidad de Garrucha donde fue un placer tenerlo con nosotros y donde se le veía muy satisfecho de la calidad de vida que tenía, a pesar de que los achaques comenzaban a aparecer. Era un encanto verlo junto al ventanal grande del salón observando la playa, esas idas y venidas de barcos mercantes hacia el puerto comercial del municipio, observando el tráfico rodado también por la carretera y comentando siempre con nosotros aspectos de su vida y del presente, tenía hasta el último día de su vida una mente muy bien amueblada. Amante de deportes como el tenis y el fútbol, decía que era aficionado del Atlétic de Bilbao menos cuando jugaba con el Real Madrid, era un auténtico crack.
Nunca me trató como a un yerno, al contrario, siempre como a un hijo tanto en lo cariñoso como en las regañetas, aspecto que siempre se lo agradeceré. Se marchó con una tranquilidad envidiable y con la paz que se merecía un hombre como él. Descansa en Paz, Sr. Romera.