Lola Lozano Blesa (Zurgena, 1934, Almería 2022) falleció el pasado viernes con 87 años plenamente vividos en su casa de General Tamayo, pero sus recuerdos, su memoria, sus emociones más profundas, estaban en Cantoria, en la perla del Almanzora. Allí se crió, en una casa solariega, donde, a su vez, vio crecer a sus seis hijos. Aunque ella ya no esté, la casa antigua sigue allí, intacta, igual que cuando la habitó su familia: los balcones a la Plaza, la bodega, el inmenso patio de luces, las cocina donde guisaba sus formidables perdices encebolladas, el sequero de los embutidos y todo lo que llevaba aparejado una casona de pueblo de entonces.
Pero su verdadero ministerio, el de esta cantoriana de pro, fue siempre el de servir de púa de abanico de su caudalosa familia, el de la pasión ancestral de una madre por mantener unidos a sus polluelos. Cuánto arte desarrollaron, aún desarrollan, esas madres de postguerra, para hacer de su familia una mesa camilla perpetua.
Lola nació en Zurgena en el republicano año de 1934 porque su padre, Antonio Lozano, era el jefe de esa Estación de La Alfoquía por donde se producían las salidas y las entradas de personas y mercancías de toda la comarca. Como la familia de un Guardia Civil, los Lozano iban y venían por estaciones de la comarca, cuando los penachos de humo de los trenes inundaban esa tierra ahora tan abandonada de comunicaciones. Hijate y Fines, fueron otros destinos del padre de familia. Murió joven Antonio y la madre de Lola, Dolores Blesa, oriunda de Arboleas, se avecindó en Cantoria, donde vivía Juan Lozano, tío de Lola y administrador de don Juan March en el Palacio del Almanzora, que terminó comprando al rico financiero mallorquín.
Parte del palacete, que lleva años cayéndose a pedazos, pasó a manos de Lola y sus hermanos -Pedro, María (que aún vive) y Pía- que fueron vendiendo posteriormente.
Lola se casó con 25 años con Basilio Sáez, natural de Cóbdar y fueron llegando los hijos -Antonio, María Dolores, José Luis, Pedro, Basilio y María Pía y su nieto Alvaro que crió después como un séptimo hijo- mientras el padre de familia se dedicaba primero al transporte y después a la primera fábrica de discos de diamante de la comarca para cortar el mármol situada en Las Bateas.
Después la familia se trasladó a Almería y Basilio invirtió en dos gasolineras, en invernaderos y como promotor, en Villablanca. Pero falleció joven, en 1992, por un problema coronario.
Lola, ya viuda, siguió peleando, sacando adelante a su familia, tras la muerte de su marido. Era madre y presidenta, reconduciendo a sus hijos, citándolos año a año para que probaran sus mantecados por Navidad, el día de su santo -viernes de Dolores- y el 25 de agosto.
Los últimos años de su vida transcurrieron con viajes cada vez más esporádicos a la Cantoria de su alma, sobre todo el Día de los Santos, con su Misa diaria en la Patrona, y con sus manualidades en el taller de la calle Reyes Católicos, y sobre todo, regando sus macetas en la terraza de su ático, desde donde divisaba el Cabo de Gata, aunque ella en su interior creyera ver a lo lejos su sierra blanca de Los Filabres.