Los últimos años se le podía ver por alguna caseta del Puerto hablando con los palangreros; o sentado en la puerta de la fonda de Paco el Mauro con Angel el Mojonero; o antes aún, almorzando en La Oficina de su cuñado Paco. Los veranos solía bajar a la playa junto al Club con su sombrero de paja, caminando despacio hacia la orilla y agarrándose a la maroma del rompeolas. Se ha ido con 75 años plenamente vividos el Yordi de Garrucha. Aunque el nombre que le pusieron en la pila bautismal de San Joaquín fue Pedro, todo el mundo lo conocía por Yordi. Fue toda su vida un genio de los negocios, aunque a veces se estrellase; un diamante en bruto para montar bares y restaurantes; una mina de oro para cualquier empresa, aunque su corazón inquieto a veces le impidiera reposar el éxito. Si hubiera nacido en California, probablemente hubiera inventado Amazon antes que Jeff Bezos, pero lo habría cerrado a los tres meses.
Lo que nadie le puede arrebatar ya de su tumba aún caliente a este emprendedor es su condición de pionero de la hostelería garruchera, de mago de la plancha del pescado, de imán para los primeros turistas que acudían en los años 70 a sus restaurantes hipnotizados por el embrujo de un Yordi de palabra fácil que junto a las mesas de sangría y parrilladas montaba un tablao flamenco en el que zapateaban gitanillas de Turre.
Yordi nació en Garrucha en 1947, hijo de Fernando Carmona el Campanero y de Teresa Martínez. Su padre tenía primero una taberna con mesas en el Malecón llamada La Campana. Después, su madre, tras enviudar, abrió una fonda de pensión completa con el mismo nombre en la calle Mayor, a la bajada del Cine del Porreras, que llenaba todas sus camas los veranos y donde se jugaba a la brisca y al dominó. Allí pernoctaron Rubén Rojo y Lina Rosales, cuando en Mojácar rodaron Sierra Maldita, y el cantante José Guardiola.
Con ocho años, se puso Yordi a servir cafés en la barra de La Campana, junto a sus hermanos Juana, Fernando y Mariana. Y a ese bar llegó el primer televisor en blanco y negro al pueblo de la marca Aska con la gente pegando empujones para ver un poco de aquellos programas primitivos. Dejó pronto la escuela graduada de don José Aparacio y de Paco el Tuto, en la que compartía pupitre con el Macoles, el Tinto y el José el Colorao. Creció y se fue a la Mili a Viator y cuando volvió licenciado se fue a ayudar a su hermano mayor Fernando en el bar de la Estación de Servicio de Vera.
Hasta que decidió montarse con su cuenta -nunca quiso tener jefes- y quedarse con el restaurante del Club Náutico donde empezó a trabajar su célebre plancha, con una espátula en la mano. Después se le ocurrió utilizar una pequeña caseta de armadores para montar lo que fue el antecedente de El Almejero, donde Yordi asaba sardinas y servía quintos de Henninger a los turistas sentados en cajas de cerveza junto al maror de la mar y los barcos amarrados, hasta que se lo traspasó a Pepe El Almejero, como germen del afamado restaurante que vino después.
Él también tuvo barcos -qué no tuvo el Yordi- el Margarita y Anita y el Nuevo Chelito, que le surtían de género fresco para su plancha noble.
Pero la joya de su ajuar, de su vida como empresario de la hostelería, fue el Mesón del Puerto. Le brillaban los ojos cuando hablaba de él. Situado frente de la subida del Muelle, era un espectáculo ver esa vieja taberna marinera, ambientada de barquitas, redes y faroles, que había sido el almacén de esparto de Diego Casanova, llena de turistas ingleses o alemanes de los que traía Rossell, que se ponían morados de comer gambas y cigalas y de beber sangría en veladores sobre la tierra del malecón y que después entraban a cantar el Porompompero y a ver al gitano Rufo bailar por bulerías en el tablao, donde a veces acudía la más faraona de todas que era su madre Teresa.
Y cuando más triunfaba Yordi, antes se iba de los sitios. Abrió también una oficina inmobiliaria ‘Informa Yordi’ y conoció a un belga, el señor Bracks, que se lo llevó a Benidorm a que dirigiera un restaurante de categoría, El Ancla. Allí se llevó a muchos gitanillos de Garrucha, quienes le empezaron a llamar ‘papa Yordi’ a los que enseñó los secretos de la plancha y para los que fundó el equipo de fútbol Los Galgos que jugaba en El Salar.
Y después de Benidorm, a Los Cristianos, en Tenerife, a regentar el bar La Barca, con su plancha de mariscos siempre a cuestas. Y también al restaurante La Ermita en la Plaza de Mojácar, y a Lorca, donde abrió una pizzería. Un no parar toda su vida, este Yordi, como un Botijara. Y Los Compadres, antecedente de Los Birras, y el Costablanca de Rossell y todo lo que se le pusiera por delante a este mito de la hostelería garruchera que se acaba de ir después de una vida de leyenda y 55 años en el gremio. Descansa en paz querido Papa Yordi.