Se me ha quebrado el corazón. El dolor me deja un sabor amargo ante tu ausencia. De nuevo, me he quedado huérfano. He perdido tu amor, tu comprensión y tu defensa. A causa de la coronarivus, más de dos años sin poder darte un beso y sin poder abrazarte. Pero tu buen carácter lo superaba todo. Eras capaz de soportar la distancia de seguridad que nos imponía la pandemia y superar la barrera de la mascarilla cubriéndome la cara, lanzándome continuos mensajes de cariño: “Antoñico, tu sabes que te quiero mucho”. Recordarme con afecto y en un tono jocoso las dudas que te generó cuando me viste por primera vez, con una camisa rosa, en aquel verano de 1983. Pero, desde que me conociste no dudaste en abrirme la puerta de tu casa para cuidarme y atenderme, algo a lo que estabas muy acostumbrada, porque lo habías estado haciendo siempre con tu familia y tus seres queridos. A pesar de tus dudas, nunca vi que negaras un sitio en tu mesa a nadie que llegara a visitarte.
María Dolores Plaza Morales nació en Almería un 15 de agosto de 1932 del matrimonio formado por la fiñanera María Morales y el almeriense Manuel Plaza. Su infancia se desarrollo en la capital almeriense, en la casa paterna de la plaza Flores, donde su familia regentó el hotel que allí se había levantado. La Guerra Civil Española la sacó de la capital y la llevó a un cortijo de Huércal de Almería para escapar de los bombardeos y las llamas. Su juventud se desarrollo en una casa de plata baja de la calle Paco Aquino. Creció siempre feliz y contenta rodeada de familiares y amigos. Muy joven conoció al hombre que se convertiría en su marido, un trabajador del Banco Central, Ramón Aguilar Vicente, que llevaba como etiqueta ayudar a todos los clientes que pisaban las oficinas de esta entidad bancaria en el Paseo de Almería. Lola tuvo dos hijos. Ramón, que llegó un año después de casarse, y María Dolores, también Lola, que vino al mundo dos años después. Desde ese momento, su vida giró en torno al cuidado de sus dos vástagos y de su marido, que la dejó viuda muy joven, debido a una grave enfermedad que lo llevó a cerrar sus ojos definitivamente con tan solo 59 años, y que para ella supuso un tremendo zarpazo de dolor.
Su mayor alegría llegó con el nacimiento de sus tres nietas. Fueron tres rayos de luz que iluminaron su viudedad. Como había hecho antes con su marido, sus hijos, su nuera y su yerno, se lanzó con todo su ahínco a ayudar y participar en su crianza. En los últimos años de su vida, siempre preguntaba por sus niñas cuando la visitaba. “Antoñico cuida mucho a mis niñas”, me decía; y yo pensaba, solo tengo que imitarte a ti para hacerlo muy bien.
Hasta el último día de su vida, el 3 de junio de 2022, mantuvo la mente despierta y activa. Siempre, sin querer molestar. Se fue sin hacer ruido. Un infarto nos privó de su compañía, y de muchas historias del pasado de Almería, que ella vivió y nos contaba cuando estábamos juntos. Adiós, Lola, Siempre, siempre en mi corazón.