¿Y qué te escribo yo ahora? He dejado pasar varios días desde que dijiste que ya no podías más, a pesar de que siempre respondías “no, estoy bien” cada vez que te preguntaba si tenías dolor. Desde que exhalaste tu último hilo de aliento mientras, cogido de tu mano, te susurraba, casi al oído, que habías sido muy valiente, que estaba orgulloso de ti y que no tuvieras miedo, que toda la familia estábamos allí, contigo, hasta el final.
Te fuiste tan rápido como rápida era tu atropellada manera de hablar. En apenas cinco minutos, a la vez, en ese momento, interminables, desde que cayó la primera lágrima del gotero. Estaba preparado para un día, decían, pero tú, tan generoso como siempre, nos dijiste, sin hablar, sin siquiera abrir los ojos, con solo un ligero descenso en la intensidad de la respiración, que no querías tenernos allí, angustiados, viendo cómo te alejabas de nosotros.
Te fuiste rápido, sí. Porque, aunque desde hace diez meses todos en casa sabíamos cuál iba a ser el fatal desenlace último -quizás todos menos tú, aunque en el fondo creo que siempre lo supiste-, todavía teníamos la esperanza de compartir más momentos a tu lado, aunque fueran al pie de la cama de la que tanto esfuerzo te costaba ya despegarte durante un par de horas.
Tengo que reconocerte que incluso había pensado que no te iba a escribir nada, para no cansar al lector diario que llevará una semana leyendo un artículo tras otro de tantos y tantos compañeros que te querían. Pedro Manuel, Tony, Rafa, Cortés, Adolfo o Toto, todos ellos en las páginas de este periódico. Los compañeros de esa ‘competencia’, que en lo referente a ti, jamás ha sido tal. No podía faltar tu buen amigo Carlos Herrera, que también te recordó en la COPE nacional.
Es que no veas la que liaste, papá. La noticia se expandió como la pólvora, apenas empezado el partido del Almería. El móvil empezó a echar fuego. Cien, doscientos, trescientos mensajes, más o menos. Y allí en el Portocarrero, ni te cuento. La de Dios. Ciento y la madre. El presidente de la Diputación, la alcaldesa de Almería, el alcalde de Huércal, concejales, compañeros de prensa de la Junta, Diputación, ayuntamientos, periódicos, radios y televisión… toda la familia, vecinos del barrio de Almería, vecinos del barrio de Huércal, amigos del deporte, de tus niños y tus niñas… Emilia Paunica te trajo un girasol; la gente de Univoley te regaló un balón firmado. Las dos cosas te las colocamos a tus pies, junto a La Voz del día. Que salías en portada. Si es que todo el mundo te quería. Aunque estoy seguro de que tú estarías mirando desde donde estés, diciendo aquello de “ya ves tú, pero si yo no soy nadie”.
Estuvo todo el mundo. Como en ‘Big Fish’, con la que el final tanto se parece. Toda esa gente a la que tú nombrabas en tus historias, algunas casi leyendas, allí estaban, en tu despedida. Ya era mi película favorita desde hace veinte años y quizás por ese paralelismo lo será para el resto de mi vida.
Tenías que ver las caras de todos. De tristeza, sí, pero de orgullo, también, como la que puso Javier Aureliano cuando te vio allí dormido con tu flamante escudo de oro de la provincia, del que tan orgulloso estabas desde que aquella hermosa tarde del 14 de septiembre te lo colocó el presidente en la solapa de la chaqueta que te regalé para la ocasión y que, como tú, terminó consumiéndose en cenizas. El escudo no, ese ya me encargué de quitártelo cuando, en el pasillo de la sala, me esperé para darte el último adiós. Está bien guardado, en su caja, en casa con mamá.
Bueno, y contarte también que en el Carrusel prepararon un especial allí mismo. Rafa se fue con el micro a cuestas y empezó a preguntar a unos y otros. Habló tu hermano Paco y también tu hermano Manolo, que empezó a enrollarse y contar anécdotas que daban para cuatro programas, te lo juro.
Hablando de anécdotas, se me vienen a la cabeza muchos momentos compartidos. Uno que tú siempre contabas: cuando yo tenía 8 años, que estuvimos en un Campeonato de España de baloncesto infantil en Olula del Río y Macael, que me puse a hacer el acta de un Real Madrid-Estudiantes, si no recuerdo mal, y los directivos de uno y otro equipo me miraban anotando, sumando puntos y haciendo mi propia crónica por detrás. Eso, como tantas otras cosas, me lo enseñaste tú, y empezó a guiar mi camino hacia el papel y boli, hoy portátil, teclado y word, en uno de esos ordenadores a los que tanto te costaba adaptarte. Si tuvieron que amoldarte y actualizarte el mismo Macintosh durante años porque no querías cambiarte al PC. “Que yo no sé con el otro”, decías. Pero si solo cambiaba la tecla de la manzana por la de Control.
¿Y aquel día que nos fuimos al karting de Viator? Había una exhibición con David García, que venía de ser campeón de Europa de 250 c.c., y estaban Carlos Checa y Emilio Alzamora. Me puse yo a entrevistarlos con 14 años y sacamos dobles páginas en el periódico. Anda que no lo has contado veces y creo que cada vez más orgulloso.
Me acuerdo también de los ralis, jugándote el pellejo en cada curva. Yo siempre iba acojonado por si Aznar, Clemente, Juan Ángel o Maldonado se salían y nos llevaban por delante. Y en el motocross en Cuevas, debajo del los saltos. La mamá se temía una desgracia cualquier día. Pero ahí que te ponías tú para intentar sacar la foto. Bueno, y el día que Eugenio y Trujillo nos dieron el desayuno en lo alto de una loma en Gádor. Creo que aquella mañana comimos más que seguimos la prueba.
Y de los partidos del jueves en el gimnasio del Luis Siret. Yo era más canijo, pero no me perdía ni uno, esperando el día en el que me dejarais entrar con uno de los equipos. Yo a veces me preguntaba por qué estaban allí jugando jueces, periodistas, cámaras de televisión, médicos, músicos, y al mismo tiempo chavales del colegio a los que sacábais 30 años. Eras capaz de juntar a varias generaciones en una cancha en torno a un balón de basket, con tus tiros libres a lo Burgess, tu ‘ambruás’ a dos manos desde el triple y tu manera de contar los puntos de tu equipo de dos en dos o de tres en tres y los del rival de uno en uno. Que tengo que decirte que ahí eras un poco marrullerillo a veces. Seguro que hoy estás montándote ya pachangas allí donde estés con tu hermano del alma Pascual.
Es verdad que en casa se te veía poco ese pelo que ni siquiera con la quimio ya avanzada se te llegó a caer del todo. Por las mañanas estabas en tu otro trabajo, el principal, en la comisaría de aguas. Aunque a veces llamábamos y daba la casualidad que habías salido al Parrilla a pedirte un café con leche y “media de mantequilla y mermelada, con mucha, mucha mantequilla, y poca, poca mermelada”. ¿Te acuerdas de la mañana, una de tantas, que me fui allí y me preguntó tu jefe lo de “Tito, ¿qué hay?” y yo le dije lo de “¿Qué hay? ¡Esto es lo que hay!”, llevándome las manos a mis partes. Siempre decías que aquél día te pusiste rojo de vergüenza, que tu jefe, Don Vicente, era del Opus, y que ese gesto me lo había enseñado mi tío.
Por las tardes, en el periódico, donde colaboraste tantos y tantos años de manera altruista. Yo me iba contigo desde niño y me ponía a jugar en algún ordenador libre, a aprender a maquetar o a corregir cuando veía que a alguien se le había olvidado poner una hache. Aquello fue el principio y después vino todo. Mi comienzo en La Voz contigo, todos esos recuerdos que te he dicho antes, la época en la que pasé a corregirte páginas, mi marcha para buscar mi propio camino y mi regreso a la que fue entonces y siempre ha sido mi casa, y ha sido tuya casi 40 años. Te pusiste muy contento cuando te dije que volvía. Para ti era como un círculo que se cerraba y una de las tantas cosas que dejaste resueltas antes de irte para siempre.
Hasta el último día estuviste pendiente de todo y de todos, hasta cuando casi ni podías articular palabra ya, lejos de aquella incesante verborrea que siempre te caracterizó. De si vendíamos el coche, de qué tenía ese día de trabajo, que cómo había quedado el Almería y de que no me olvidara de llevarme flan a casa, que a María le gustaba. Has cuidado de todos, de la que más de tu Antoñita, siempre atento a llevarla y traerla aunque para ello tuvieras que dar veinte viajes en el día. A la que desde tu cama del hospital no veías y preguntabas que dónde estaba porque la echabas de menos. Espero que nosotros hayamos estado a la altura ahora que nos ha tocado cuidar de ti durante estos meses y procurar que estuvieras, dentro de la situación, lo mejor posible.
Yo creo que sí. Por eso, quizás, por tener la conciencia tranquila de que hemos dado todo lo que podíamos dar, no me he roto todavía en una lluvia de llanto, una semana después de tu marcha. O quizás porque me estaba reservando para el momento de tener que escribirte algo, este momento. Y no te preocupes, que a ella ya la estamos cuidando también.
Ya te lo dije el día del Escudo. Yo crecía contigo, pero entonces mis referentes eran otros. Quería ser distinto a ti. Decía que eras muy bueno en tus crónicas y yo quería ser más duro, dar más caña. Y que no sé en qué momento pero pasó, y me convertí en ti. Que era lo mejor que me podía haber pasado, porque ser como tú es ser una buena persona. Que eras el mejor espejo en el que me podía mirar.
Para mí era un orgullo ir contigo a cada pabellón, competición de vóley-playa o cualquier otro evento y ver a todo el mundo saludarte con alegría y hasta parar los partidos. Para todos tenías una sonrisa, un chiste o una foto guardada en una carpeta del Club de Mar desbordada de papeles. También lo ha sido ver cómo toda la gente me preguntaba todos estos meses por ti, queriendo saber cómo estabas, preocupados todos por tu salud y mandándome, también todos, ánimos, abrazos y besos para que te los trasladara. Que luego me decías si Fulanito o Menganita habían preguntado por ti. Pues claro que lo hacían.
Porque has hecho mucho bien en vida y desde tu posición en el periódico. Sobre todo, por promocionar el deporte base y el deporte minoritario. Esos que no salían nunca en los medios. A cuántos y cuántas deportistas dabas presencia en las páginas y luego han sido jugadores profesionales, campeones de España, Europa o el mundo o medallistas olímpicos. Baloncesto, voleibol, balonmano, gimnasia, judo, orientación, fútbol-sala, trineo con perros, press banca, vela, natación, colombicultura… Diste a conocer a todos, y por eso también fuiste parte importante para que los Juegos Mediterráneos vinieran a Almería en 2005.
Es más, y con esto acabo ya y te dejo descansar tranquilo, te voy a decir una cosa: el otro día, en la presentación del España-Dinamarca de balonmano, las dos selecciones más fuertes de mundo de las que tantos partidos veías en Teledeporte, que se va a jugar aquí el 27 de abril, tres semanas después de tu cumpleaños, en una instalación en la que está tu querida federación de basket, entre otras varias, y se juegan cada semana decenas de partidos de vóley o competiciones de esos deportes minoritarios, cada vez menos minoritarios gracias a ti, pensé en lo bonito que sería decir que el partido se juega en el Palacio de los Juegos Mediterráneos ‘Ambrosio Sánchez’. Que sí, que sé que lo dirías, que ya ves tú, pero si tú no eras nadie.