Aquel 25 de octubre de 2006 tu vida se detuvo y con ella miles de proyectos quedaron pendientes adornando el árbol de la ilusión.
Es fácil olvidar que la vida es algo que tiene valor mientras se disfruta de ella y que la eternidad es un concepto tan inmenso que no somos capaces de aprehenderlo y asimilarlo como una realidad que trasciende nuestro propio pensamiento.
Querido Conrado cuán difícil nos resulta aceptar que nacemos y, por ende, estamos destinados a desaparecer. Creemos que determinadas cosas no van con nosotros, no nos sucederán a nosotros… aunque, continuamente, vemos cómo nuestros seres queridos van siendo llamados al sueño eterno al que todos estamos destinados antes o después.
Y vivimos una vida de crueles enfrentamientos, de obcecaciones mundanas que penosamente solivianta lo que debería ser una convivencia en armonía y respeto.
Tú, que eras un hombre de paz y de diálogo, una persona cabal, leal y respetuoso, sufrirías, no me cabe la menor duda, viendo la mentira vendida como acción irreprochable; padecerías viendo cómo se viene abajo ese edificio de convivencia y respeto que, junto a otros que no están por desgracia, o que por oscuros intereses han cambiado de percepción, trabajasteis en su momento, sin otro afán que el de fortalecer un país creativo y creador de igualdad de oportunidades para la generaciones que ahora se ven obligados a rebelarse contra lo que fue signo de fraternidad: la fe en la libertad.
Diecisiete años, más de una generación desde tu muerte, tiempo de reflexión en soledad, de dudas, de desencantos y de recuerdos almacenados en mi memoria que afloran sistemáticamente para recordar tu persona y pregonar que fuiste un hombre bueno, sin más.