¿Cómo se empieza una carta que no quiero escribir? ¿Y por qué tú?
No entiendo muy bien esto de las misiones que nos tiene preparadas la vida. No entiendo a la vida en general. Y porque se ceba tanto con nosotros. Con mi madre, en especial. Tu misión era hacer feliz a tu ‘niña’, a mi madre. Y lo has superado con creces. Ya solo le quedan los recuerdos. Tus tonterías, las cosquillas, cuando la chinchabas, o cosas tan simples como un beso en la frente pero tan bonitas. Y con tu Triana de tu vida, que era la luz de tus ojos.
No nos merecíamos esto y mucho menos tú. Eras y siempre vas a ser una de las personas con el corazón más bonito y más puro que he conocido. Y te voy a estar toda la vida agradecida por haber cuidado y querido a mi madre y a mi hermana todos estos años.
Entre tú y yo sobran las palabras, solo tú y yo sabíamos lo que sentíamos y el amor que nos teníamos. Desde que faltas, lo que más rabia me da es pensar en todas las cosas que podríamos haber hecho y que ya no podemos hacer. En todos y cada uno de los momentos en los que estarías, y ya no, no estás. O no de la misma manera. Rabia, tristeza, llámalo como quieras. Pero esa sensación de querer llamarte para lo que sea, y no poder hacerlo, me rompe el corazón. Todavía más.
Dolor Echar de menos duele, duele a rabiar. Cuídamelas desde arriba, que yo lo haré desde aquí abajo.
Y cuida también de tu familia. Que todavía están que no se lo creen. La panadería ha perdido su magia. Todos hemos perdido.
Mi gordo, gracias por todo lo bueno que nos has dado, y de lo malo también, porque hemos aprendido de ello.
Era increíble la de gente que te quería y te quiere. Allá donde estés, sigue brillando. Como lo has hecho siempre.
Te quiere tu hija Katia.