Conocí a Juan Manuel de Oña en la incipiente Universidad de Almería. Fue a principios de los años noventa, cuando yo obtuve la Cátedra de Derecho Penal en un campus a medio hacer, todavía en obras, que esperaba a constituirse en el lugar tan especial que prometía ser y sigue siendo. A orillas del mar, en un ambiente cosmopolita por la mezcolanza de saberes académicos que se cruzaban en las idas y venidas de clase, que hacía amigas y amigos por los pasillos entre juristas, psicólogos, filósofos, científicos…, y donde se gestaban equipos de docencia e investigación ilusionados por crear estructuras sólidas que mostraran lo mejor de sus conocimientos y sus convicciones.
La presencia de Juan Manuel fue imprescindible desde un principio en ese equipo de futuro. Con la vocación de orientar la teoría penal a la práctica, él le supo dar el carácter fructífero y lúdico de la enseñanza del Derecho. Lo adoraban sus alumnos por la cercanía del contacto con ellos y la frescura de sus métodos inspirados en las experiencias conocidas en las salas de los Juzgados y la Audiencias. Fueron los alumnos mejores y más vocacionales que nunca tuve. Nosotras también nos contagiamos de su originalidad y su entusiasmo y disfrutamos de sus conocimientos aprendidos en primera fila como Fiscal y como estudioso del Derecho. Por esos años, la presencia de María Dolores Machado ya se había consolidado entre nosotros y fortaleció los lazos entre ese prometedor equipo de trabajo.
Pero esa relación inigualable con Juan Manuel no fue sólo el fruto de la solidez de una cultura jurídica que hermanaba e inspiraba respeto a quienes le conocían, sino, especialmente, de la elegancia y el encanto de una personalidad que se irradiaba por todas partes. Todas las semanas nos reuníamos los tres en cualquiera de los maravillosos bares de la ciudad o de sus aledaños para seleccionar cada una de las prácticas que se impondrían a los alumnos, analizar los cambios de la jurisprudencia y discutir sus soluciones. Todavía guardo servilletas de esos lugares donde aparecen esquemas, claves y puntos a recordar en próximos encuentros. Se fue forjando una amistad entrañable que dejaba grandes espacios para compartir relatos y experiencias, ideologías, preocupaciones, aspiraciones personales y grandes carcajadas que eran obra las más de las veces, de los chistes de Juan Manuel. No eran los que contaba sino cómo los contaba. Yo le decía, cuenta ahora el del pozo o el del traductor… y nos moríamos de risa.
La vitalidad y estabilidad de ese pequeño equipo sobrevivió al tiempo. Tras casi diez años continuados de profesión en Almería se mantuvo y se renovó hasta hace pocos meses. Por asuntos personales y familiares, en 1999 volví a Granada y me integré a su Universidad, y unos años después Juan Manuel se fue también de la de Almería con cierto sentimiento de decepción para los dos. Para mí, porque perdí el embrujo de nuestros encuentros rutinarios tan encantadores y para él, porque no obtuvo el merecido reconocimiento por parte de la Universidad que se olvidó de su prestigiosa figura en aras de razones presupuestarias. Juan Manuel se lamentó de esa falta de memoria.
Pero se reservaba para mi buen amigo un destino más relevante: el de su nombramiento de Fiscal de Sala del Tribunal Supremo que le llevó a Madrid a centrarse en la toma de conciencia de la siniestralidad laboral. Una vez más, su excelencia profesional y su personalidad sensible, responsable y concienzuda se puso al servicio de la defensa de la mejor legalidad. Fuí testigo de sus inquietudes y sus experiencias en el nuevo destino y nos encontramos algunas veces en esa ciudad con motivo de charlas y compromisos académicos que me llevaban allí. Siempre pervivieron, cada cierto tiempo, largas llamadas donde nos poníamos al día de nuestra vida personal y familiar, de los encuentros con nuestros contertulios, siempre con la sensación de que parecía que habíamos hablado el día anterior, de que no pasaba el tiempo.
Su muerte, inesperada para muchos, un triste día de mayo de 2024, ha terminado de golpe con una personalidad singular e inmensa que ha marcado nuestras vidas y que permanecerá siempre en nuestra memoria.