Bastón en mano, Agustín Calvo Rico subía a media mañana por la calle La Corte en dirección a la Plaza de España para disfrutar, con la máxima intensidad que podía, de lo que más quería en este mundo: su pueblo, la localidad cacereña de Montánchez.
Este lunes, 8 de julio, Agustín dijo adiós para siempre a sus paisanos y esa plaza ya no será la misma sin sus partidas de cartas y sus chatos de vino al mediodía.
Nunca encontré a nadie que me dijera una mala palabra sobre él porque Agustín era un hombre bueno, de los que siempre te levantaba una sonrisa con sus chascarrillos o te contaba las mil y una historias que recordaba cuando vendía chocolate por media España, cuando atendía en el comercio de Reguero en Madrid, cuando en plena expropiación de Rumasa fue a salvar a su gran amigo Genaro o cuando visitaba la finca de Sebastián Palomo Linares.
Lo mejor de Agustín no era escuchar esas historias sino cómo las contaba. A sus 84 años, ‘calvito’ o ‘papito’, como le llamábamos, tenía la mente lúcida y evocaba su infancia entre canchales y bodegas como si sus paseos por el Altozano o San Blas hubieran sido tal día como ayer.
Cada 28 de agosto, íbamos al “pueblo de mi mamá”, a Valdefuentes, a celebrar su santo. Era uno de los días más felices del año y quería compartirlo con sus amigos, con Noni, Moro, Alberto y unos cuantos más.
Este año, por San Cristóbal, Agustín Calvo ya no estará con nosotros viendo el desfile de los coches nuevos, pero pervivirá para siempre su buen humor, su predisposición eterna para hacerte el favor que necesitas, su interés en saber cómo “están las niñas en Madrid y, si precisan de algo, ya sabes que estoy para lo que quieras en Móstoles” y su devoción por la Virgen del Castillo.
El que también llamábamos “alcalde de la calle La Corte” sorprendía a muchos cuando les decía “adiós si te vas” o “si te vas es porque quieres” cuando salían del bar y él seguía con las cartas de la partida en la mano, pendiente también del reloj para que no se le pasara la hora de la pastilla del Sintrom.
Se ha ido Agustín, el gran marido, el gran padre y el gran abuelo. A su mujer, Consoli, su hijo Jonathan, su nuera Mayte y sus nietos Lucas y Luna mando, desde la distancia, un gran abrazo.
Gracias “papito” por tu amistad y tu cariño. Te echaré de menos.