Hace más de 30 años, gracias al mar, al viento y a la playa, tuve la suerte de conocer a una persona “única y sin igual”, Don José Ramón Gómez Hernández, mi querido amigo Pepe. Una persona cuya vida, forma de ser y valores humanos merecen estas palabras de recuerdo que hoy escribo desde el fondo de mi triste y apenado corazón por su reciente pérdida. Nació el 17 de abril de 1950 pero como él decía siempre, tenía 2 cumpleaños. Un error administrativo hizo que su fecha de nacimiento oficial se fijara unos días después, circunstancia que a menudo aprovechó para hacer celebración doble, para él cualquier excusa era buena para unir familia y amigos alrededor de una mesa.
Fue de los primeros colonos de La Mojonera, un pueblo que ayudó a construir con mucho esfuerzo, dedicación y trabajo muy duro. Apenas era un adolescente. A él y a personas como él, les debemos todos el famoso “milagro” de Almería. Gracias a su sacrificio, hoy todos disfrutamos de unos niveles de prosperidad impensables en aquellos duros años de pobreza en el poniente almeriense.
Contaba Pepe que, de niño, acompañando a su padre, vivió la experiencia de la trashumancia, una práctica milenaria de pastoreo de largas distancias, casi extinta hoy en día. Durante meses sin volver a casa, vivió en plena naturaleza, conduciendo al ganado por largas rutas entre sierras de Almería y Granada. De todo aquello guardaba bonitos recuerdos y se le quedó para siempre el amor a la naturaleza. Siempre que podía se escapaba a coger espárragos y hierbas aromáticas a la Sierra de Gádor, que conocía como la palma de su mano. Paseando por el monte con él aprendías a ver las huellas de la historia, la fauna y la flora.
Gracias Pepe por haberme enseñado la ruta de La Canalilla, el peñón de Bernal, la antigua mina de agua, la Chanata o los acueductos romanos perdidos entre los montes. Otra etapa de su vida de la que hablaba con pasión y entusiasmo fue el servicio militar. Una experiencia que le marcaría positivamente para el resto de su vida y cuyo recuerdo mantuvo vivo hasta su último aliento.
Ingresó en el cuerpo de La Legión y fue destinado al Sáhara español. Los valores del credo legionario como la amistad, el compañerismo, la disciplina, el sacrificio y el amor a la Patria calaron muy hondo en su persona. A menudo contaba, con admiración, respeto y lágrimas en los ojos, historias sobre personas que conoció en su tiempo en África, héroes anónimos y olvidados que él se ocupaba de mantener vivos con su recuerdo.
Pepe fue un respetado legionario hasta el final de sus días y un pilar fundamental en la hermandad de antiguos caballeros legionarios de Almería con la que colaboraba muy activamente ayudando en todos los eventos y actos de la Legión.
A su regreso de la mili, como tantos miles de andaluces más, tuvo que salir fuera a trabajar y se convirtió en un gran cocinero. Trabajó en un hotel de Ibiza donde conoció a María, el amor de su vida.
Yo conocí a Pepe en la playa, a mediados de los años 90. Ayudaba a su mujer en las hamacas y trabajaba en el Ayuntamiento de La Mojonera donde ocupó distintos cargos de responsabilidad, entre otros, encargado del mercado municipal de abastos y notificador oficial. Allí se jubiló dejando un gran recuerdo entre sus compañeros y vecinos por el impecable servicio prestado a su pueblo.
Pepe era un incansable organizador de reuniones gastronómicas; con diferencia, el mejor anfitrión que he conocido en mi vida. Estando en su mesa, te invadía una sensación de tranquilidad, pero a la vez de fiesta y alegría, el tiempo se paraba y las horas corrían sin darte cuenta. Su conversación, sus historias antiguas, sus chascarrillos, sus anécdotas, su charla, los chistes, las risas y el arreglar el mundo era algo sin igual, tan ameno y divertido que nunca queríamos que llegara a su fin. Pepe siempre te daba todo lo que tenía, sin límites.
En verano, nos juntábamos en la playa, en la caseta donde se guardan los colchones de las hamacas y en invierno, en su casa o en su almacén, a menudo al calor de la lumbre. Siempre entorno a él, estábamos un grupo entrañable de personas unido por el valor de la familia, la amistad y el amor a la buena vida.
Todo empezaba y transcurría al tran-tran, con mucha calma y sin prisas. Sentados siempre cerca de los fogones, primero ponía unas maravillosas tapillas entre las que no podía faltar su espectacular ajoblanco. Entre tapa y tapa, daba los últimos retoques a alguno de los guisos, carnes y pescados que formaban parte de un amplio recetario personal, tradicional e innovador a la vez, que dominaba con arte y maestría. La sensación siempre era de estar probando algo muy especial, se notaba que había sido cocinero profesional.
Ni en el mejor restaurante he estado tan cómodo y he comido tan bien como con Pepe en la caseta de la playa. Pepe, también fue un gran amante del deporte, sobre todo del ciclismo. Una pasión que ha transmitido a sus hijos Quique y Toni, que son hoy en día grandes deportistas y al igual que su hermana María, dignos herederos de la memoria de su padre pues mantienen vivos valores familiares como la honestidad, la honradez, la formalidad y el compañerismo.
Pero sin duda, lo más importante que pasó en la vida de Pepe, fue enamorarse de María. Un amor correspondido, incondicional que se mantendrá eternamente. En la vida también hay que tener un poco de suerte y con María, a Pepe le tocó el premio más grande inimaginable.
No tengo palabras para describir a María. Es tan grande que solo conociéndola se puede entender lo que es la grandeza. No se puede ser más buena persona que María. No se puede trabajar más que María. No se puede querer más a los tuyos que como los quiere Maria. Nadie puede sacrificarse más por su familia que María.
María, te queremos y por eso necesitamos que estés bien, que estés feliz y que disfrutes de la vida al máximo. Pepe fue un trabajador incansable, amante de la vida, de la amistad, de la familia. Una persona con un corazón enorme que no podía dejar pasar la injusticia o ayudar al que lo necesitaba. Deja una familia ejemplar, de buenas personas unidas y con valores. También nos quedamos sin él muchos amigos que siempre lo recordaremos y estaremos agradecidos por todo lo que nos dio. Hasta siempre, caballero de la playa.