El pasado cuatro de octubre murió Bervel Cao, un pintor oscuro e inclasificable cuya obra descendió al séptimo sótano de un almacén y hoy puede verse en un anticuario del centro. Nacido en Galicia pero criado en tierras almerienses, su carrera se caracterizó por el compromiso con las causas sociales y la crítica feroz a las injusticias.
Pintor de políticos defecando, de hecho con el alcalde Fernando Martínez acabó en los juzgados.
También retrataba a prostitutas y yonkis como madonas. Bervel Cao pintaba su ánimo que transitó por bodegones, marismas y una última etapa tenebrosa tan actual que cuesta creer que esas pinturas tengan medio siglo.
Ecologista, antitaurino y feminista, vivió de sus bodegones, pagaba el alquiler y los chatos de vino con su arte. Su familia dice que era un tipo carismático y culto, muy recto en sus principios al extremo de encadenarse a un cuadro en la plaza del Obradoiro para protestar por el desastres del Prestige.
En 1989 fundó su propio museo, el primero de la ciudad dedicado a un artista, y lo hizo sin ánimo de lucro, un espacio donde sus obras, de gran formato y profundas críticas sociales, eran expuestas para conmover, no para vender. Cuando algún marchante se interesaba por su legado él siempre daba largas.
Entre sus obras más significativas se encuentra La Matanza del Cerdo, un brutal retrato de la costumbrista escena española en el que denunciaba el maltrato animal. Cao, horrorizado, se representó a sí mismo tapándose la boca en un lateral del lienzo, mientras el pueblo devoraba a la bestia sacrificada. Para esta y otras obras se documentaba muchísimo, entre su legado carpetas llenas de fotos en un matadero de cerdos, en una matanza casera y borrones casi ilegibles de lo que aquello personalmente le provocaba.
Y como ejemplo de sus valores: La vieja fornicadora, un retrato de una anciana llorando que lleva la inscripción: “No llores mujer, que fornicar no es pecado”. Esta pintura, como muchas otras, refleja su estilo crudo y directo, a menudo incómodo para los poderosos. A lo largo de su carrera, realizó numerosos retratos de políticos, a quienes solía pintar de cuclillas, desnudando no solo sus cuerpos sino también sus corrupciones. Esta y otras obras pueden visitarse en Arte y Antigüedades Atenea.
También inició su cruzada contra la invasión estadounidense de Iraq y la participación de España en el conflicto. En ese momento pintó un cuadro con un gran águila, que representaba a los americanos, a su pasa el animal dejaba muertos por el suelo del bosque. Sensibilizado con los refugiados también entró en una misa protestando por la posición de la iglesia.
La vida de Bervel Cao fue tan tumultuosa como su obra, gozó de reconocimiento y gloria. Calló en el olvido puede que porque con el tiempo su carácter se hizo más intratable y su obra más cruda. Hacía exposiciones regularmente en Almería e incluso alguna internacional.
Cada cuadro suyo era una batalla propia contra la hipocresía de la sociedad. Era culto y tenía mal humor, recuerdan sus conocidos y familiares que esto era cosa de familia. Tanto el abuelo como el padre del pintor eran íntegros y el fieles a sí mismos. El padre de Bervel Cao, que estudió siete carreras universitarias, cambiaba de trabajo cada vez que sentía que la administración cometía una injusticia y por eso recorrió muchos pueblos de Almería, dice uno de sus sobrinos.
Sus últimos días los pasó en una residencia de ancianos en Almería, donde, tranquilo y apartado del bullicio que alguna vez provocó, vivió hasta los 82 años. Su prolífico legado, aunque inclasificable, sigue vivo. Bervel Cao, estaba obsesionado con el autorretrato, como si fuera el Van Gogh de Almería, deja tras de sí un cuerpo de trabajo tan polémico como inolvidable. “Las cosas más feas de la sociedad no se escriben con palabras bonitas. Cuando se denuncia algo hay que hacerlo de forma patética”, decía él.