El mundo se ha vuelto un poco más gris con la partida de Pepe Guerrero, un hombre de inteligencia prodigiosa, visión clara y, sobre todo, un alma de extraordinaria autenticidad. Quienes tuvimos la suerte de acompañarle en su camino -en mi caso, trabajando juntos, con Pedro Molina como rector, durante casi ocho años- sabemos que su esencia sigue presente en cada rincón de la Universidad de Almería, a la que dedicó, en la docencia y en la gestión, la mayor parte de su vida.
Pepe fue una persona singular, con un carácter tan complejo como fascinante. A menudo se le percibía como una fuerza indomable: directo, a veces severo y sin reservas a la hora de expresar sus opiniones. Pero para aquellos que sabían mirar más allá, Pepe era el tipo de persona que defendía y protegía a sus amigos, que cuidaba de su gente con una lealtad inquebrantable y cuyo corazón generoso quedaba expuesto en los momentos menos esperados. En las buenas y en las malas, siempre ofrecía su apoyo de manera incondicional y mantenía una relación honesta y firme con aquellos en los que confiaba.
En ocasiones, sus palabras, directas y sinceras, podían resultar incómodas, pero tenían el poder de despertar en los demás una reflexión profunda. Con él, cada encuentro era una oportunidad para crecer y para aprender, especialmente por su asombrosa capacidad para adelantarse al futuro. Su visión nunca fue a corto plazo: siempre veía más allá de los horizontes inmediatos. Pepe no era solo lo que decía, sino la forma en que lo hacía. Obligaba a quienes le escuchaban a cuestionarse, a mirar desde otra perspectiva, buscando siempre nuevas ideas, nuevos proyectos.
Pepe Guerrero ha sido uno de los pilares fundamentales en la historia reciente de la Universidad de Almería y deja una huella imborrable en la institución y en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo. Su nombre se encuentra indiscutiblemente ligado a los años de desarrollo y consolidación de la universidad, siendo la figura clave tras algunas de las decisiones más trascendentales que han marcado su rumbo y crecimiento.
Guerrero fue el motor silencioso pero implacable de un tándem indisoluble junto a Pedro Molina, con quien trabajó codo a codo, durante décadas, en la gestión de la Universidad de Almería. Siempre juntos, ambos se consideraban más que hermanos. Ayer, en el tanatorio, con la voz quebrada, Pedro me dijo: “Con la marcha de Pepe, siento como si me hubieran arrancado de golpe los pies y los brazos”. Su labor como gestor, un auténtico estratega, fue crucial para dotar a la institución de los recursos, la estabilidad y la proyección que hoy disfruta. Las decisiones que se tomaron en ese período, muchas veces impulsadas por su visión y tenacidad, transformaron la universidad en un referente académico y cultural. Casi siempre en la sombra, donde le gustaba estar, Pepe Guerrero fue el cerebro que diseñó estrategias, estructuró iniciativas y proyectó el crecimiento de la Universidad de Almería.
A sus familiares y amigos nos queda el consuelo de saber que Pepe Guerrero vivió siempre, hasta el último día, con coherencia y plenitud, guiado por una fortaleza que nunca flaqueó y una lealtad que, incluso en la ausencia, seguirá siendo un faro para quienes tuvieron el privilegio de conocerlo.