Mi primer recuerdo de Cecilio, un año mayor que yo más o menos, nos sitúa en la fragua de su padre, en el callejón de Catute, cuando los niños nos poníamos a darle al fuelle para avivar el fuego, en tanto que él y su padre moldeaban, a mazazos perfectamente acompasados, una reja o una herradura a hierro candente.
Después vino nuestra convivencia en aquella escuela unitaria de niños en el local que hoy ocupan las oficinas del ayuntamiento. La plaza era nuestro patio de recreo y nuestro permanente punto de encuentro. Allí completamos nuestra cartilla escolar.
En ese tiempo, no se cómo, Cecilio, con sus innatas facultades de mecánico, consiguió recomponer una vieja bicicleta y en ella aprendimos todos los amigos a montar. Era algo tan maravilloso que, un día, se nos olvidó que teníamos que comer y volvimos al pueblo desde la carretera de Chercos, a media tarde, con el temor de un posible castigo y la satisfacción de haber aprendido a montar aquella extraordinaria bici. Lo de la reprimenda que recibimos se nos olvidó, pero montar en bici no.
Después vino la diáspora, todos los alumnos de aquella escuela nos fuimos del pueblo unos a trabajar otros a estudiar, a Almería, a Barcelona y a otras partes de España. El único que permaneció en Alcudia fue Cecilio con su herrería que heredó de su padre y que poco a poco por el cambio de los tiempos fue transformando en carpintería metálica y durante muchos años fabricó rejas y puertas metálicas para todos los pueblos de la comarca.
Pasó unos años en Alemania, donde, según él, aprendió nuevas técnicas de su oficio y conoció la mas moderna maquinaria del momento.
Su última adquisición, un martillo pilón del que se sentía tan orgulloso, fue una adquisición más por gusto que por necesidad dada su pasión por la maquinaria.
Cecilio ha sido toda una institución para Alcudia y ha marcado una época. Un ejemplo de persona emprendedora, trabajadora, hospitalaria y amante de su pueblo. En las interminables conversaciones entre amigos, cuando nos poníamos en competición a ver quien quería más a nuestro pueblo el siempre nos decía que le habíamos dejado solo, que él era el único que no había abandonado a su pueblo y era verdad.
La muerte prematura de su esposa, una bella y bondadosa mujer con quien había tenido cuatro hijos, le trastocó su vida. Nunca fue el mismo.
Por ello yo me quedo con el Cecilio que conocí en su plenitud y solo voy a conservar el grato recuerdo de una gran amistad durante toda una vida y el gozo de haber compartido con él tantos ratos de conversación con el amigo respetuoso y cabal. DESCANSE EN PAZ.