14 de febrero de 1984. Como redactor de la Agencia EFE en el País Vasco se me había encargado hacer la información sobre todos los actos que el entonces líder de la oposición, Manuel Fraga, iba a protagonizar con motivo de la campaña de las elecciones vascas que tendrían lugar el día 26 de ese mes. Era una tarde-noche fría y lluviosa en la villa guipuzcoana de Zarautz donde Fraga tenía un acto electoral en el Instituto Lizardi y en el que un servidor estaba allí para cumplir con su labor informativa. Había terminado la charla-mitin en un aula del citado Instituto, cuando un ruido seco y potente interrumpió de forma brusca la firma de ejemplares de uno de los numerosos libros que Fraga había escrito y que estaba dedicando a algunos de los asistentes. Estábamos en Guipúzcoa; eran unos años donde ETA se hacía presente un día sí y otro también, por lo que nadie tuvo duda que aquella bomba era obra de un comando terrorista. Inmediatamente, los servicios de seguridad que acompañaban al político gallego lo sacaron del local por temor a que hubiera más bombas o artefactos explosivos. Como Fraga era muy metódico y no permitía que nada ni nadie le cambiaran sin más su agenda, ordenó a sus escoltas que le llevaran al restaurante de Zarautz donde estaba prevista una cena con militantes y simpatizantes de su partido donde, pasado el susto, dio buena cuenta de los suculentos productos de la gastronomía vasca. Al día siguiente, los Comandos Autónomos Anticapitalistas -un grupo terrorista que funcionaba en la órbita de ETA- reivindicaron el atentado contra Fraga que gracias a Dios no tuvo mayores consecuencias. La imagen de un Fraga sacado casi en volandas por sus escoltas del Instituto de Zarautz al mismo tiempo que se sacudía el polvo que había caído sobre su abrigo tras la explosión de la bomba me vino inmediatamente a la memoria al conocer en la noche del domingo el fallecimiento de este político de raza, todo genio y figura, que dedicó tantos años de su vida al servicio a España desde muy diferentes puestos de responsabilidad. Desde ministro de Información y Turismo con Franco, hasta ministro de la Gobernación en el primer Gobierno de la transición, hasta ponente de la Constitución de 1978, líder de Alianza Popular, para acabar como presidente de la Xunta de Galicia y, por último, senador por su comunidad autónoma natal. Con una trayectoria tan dilatada es muy difícil destacar cuál ha sido su mayor aportación a la vida política. Personalmente, me quedo con su fundamental contribución para que en un primer momento la derecha sociológica del franquismo se incorporase a la democracia y, en segundo lugar, años más tarde, su esfuerzo para que el centro-derecha democrático se agrupara en torno al PP y, tras pasar el relevo a Aznar, que estas siglas tuvieran la oportunidad de llegar al poder primero en 1996 y luego quince años más tarde. Descanse en paz Manuel Fraga Iribarne.