En el momento en que escribo estas líneas hace una semana de la pérdida de nuestro vecino y amigo Manuel Aranda Sánchez, propietario de la Bodega Aranda, negocio familiar que, al casarse con Isabel Jiménez, prosperó montando comedor en la antigua pensión ‘La Giralda’. Hoy la Bodega Aranda, gracias al apoyo de su mujer en la cocina durante tantos años, detrás empujando el negocio, y ahora siguen en pie “las que no se duermen en los laureles” viendo crecer el sector, modernizando un negocio clásico, trabajando sus hijas y nietos con la cuarta generación.
Don Manuel paseaba, en los últimos tiempos, desde El Alcazar a desayunar unos churros, en el cerrado Coimbra, el jamón de bellota de la Dulce Alianza, su Puerta Purchena, no se privaba de su mantequilla Lorenzana, y el cafelillo con los amigos, etcétera, etcétera.
Cabe hacer reseña de sendos artículos publicados en diferentes editoriales en los que Manuel ha sido testigo de la historia de dos siglos de Almeria:
“En 1920 y en 1934, el escritor Gerald Brenan se alojó en la Pensión La Giralda, bajó a su bodega, y luego reflejó la estancia en su libro ‘Al sur de Granada’. Hoy es la Bodega Aranda (Rambla Obispo Orberá, 8), que recuerda la visita del hispanista inglés con una placa a la entrada y agasaja a la parroquia con salmorejo (una especie de gazpacho), ajoblanco (sopa fría de color blanco), tortilla y huevos rotos con patatas”.
En otro momento afirmaba el periodista almeriense Carlos Herrera en el XL Semanal de Almeria en 2007: “En la capital almeriense no es tan fácil comerse unas migas de harina, por ejemplo, a no ser que las encargue y le hagan el favor: a la vera de Correos, Ramón las preparaba a diario, pero ya cerró y uno tiene que buscar el sitio adecuado. Son accesibles y sabrosas las que prepara la familia de mi amigo Manuel en la Bodega Aranda, casi chaflán con la Puerta Purchena, el Times Square de la ciudad”.
En otro articulo de Oscar García López, Maestro tapeador, Santuario del tapeador intrépido Almería capital, en Obispo Orberá, están las Bodegas Aranda, otro de los clásicos almerienses, con buen pescado y gran variedad de tapas ( y ¡qué huevos fritos, oiga usted!)”.
Por último, quiero decir que era buen amigo, buen marido, pero, sobre todo, era un buen padre que adoraba a sus hijos y ellos siempre lo sabrán, siendo una ausencia muy dura, que deja sobretodo mucha tristeza en la familia y en sus nietos especialmente por sus recuerdos del día a día, que ya no estará con nosotros.